Por Florencia Bendersky
Corría el año 2016 y yo llevaba bastante tiempo sin dirigir. Había gastado dos años de mi existencia en un megaproyecto de teatro comercial que nunca llegó a hacerse y mi cabeza en complicidad con mis finanzas, estaban en total depresión.
No escribía, no dirigía,
no daba clases... Lo único que hacía era ir a un taller de cerámica que me
permitía, semana a semana, tener la posibilidad de materializar en cada pieza
un rato de creatividad y cordura.
Sí, ya los imagino, queridos lectores, queridas lectoras pensando: ¿no era ella la que hacía la nota graciosa? ¿Qué es esta depresión de la artista desconsolada porque no está dando frutos artísticos? ¿Por qué no trabaja en un banco y termina con el romanticismo decimonónico de la que cayó en desgracia?
Bueno, primero quiero
decirles que: la parte graciosa ya va a venir, tengan un mínimo de paciencia.
Segundo, que lo del arte no es solo una pose: son varias. Y tercero, que si
ustedes conocen algún banco que me quiera contratar, yo me
prendo encantada de la vida.
Continúo entonces: una
vez que pasé la etapa de la fantasía “Ghost etcétera”, la cerámica resultó ser
una actividad altamente placentera. Mi profe de cerámica, además, era una
querida amiga mía de la adolescencia, vecina de piso entre mis 18 y 22 años.
Las clases de cerámica
se convirtieron en una suerte de laborterapia que consistía en charlar, amasar,
charlar, tornear y beber vino (todo bastante parecido a nuestra juventud). Mis
piezas iban saliendo a lo Wabi Sabi: el arte japonés de apreciar las imperfecciones que
deja el paso del tiempo en los objetos. Aunque obviamente, lo mío estaba recién
hecho: cosas lindas, pero medio chuecas o desbocadas, de dudosa utilidad pero
que sin duda me reflejaban.
Patti con Mapplethorpe |
Tal era el bienestar que me producía el hacer una pieza que en dos semanas llegué a evaluar el abandono de todas mis otras metas para hacerme ceramista y vivir en el Bolsón. Cuando le comuniqué esta idea a mi amigamaestra, ella (sospecho que sabiendo que yo moriría con la primera escarcha que me agarrara en el camino), me contó que una amiga suya tenía un proyecto teatral y que necesitaba directora. La amiga en cuestión quería hacer una obra sobre la cantante Patti Smith. Y, la verdad sea dicha, yo no tenía suficiente idea quién era la tal Patti Smith. Así que lo primero que hice fue consultar con un escritor amigo que sabe de música. Luego de decirme con cariño que yo era una bruta por no conocer a “la madrina del punk”, me instruyó: que era una cantante, escritora, poeta y musa, que había sido pareja del fotógrafo Robert Mapplethorpe y de Sam Shepard. Luego, me envió sin rodeos a leer Éramos unos niños, algo muy parecido a su autobiografía.
Y aquí les hago una
advertencia: Patti Smith es un camino de ida, si no la conocen aún, retírense o
entréguese a la devoción.
Patti, 1973 |
Patti nació en una familia de los pueblos marginales de EEUU. Padre taxista, madre camarera, tres hijos, ella la mayor. Niñita de vuelo bien alto, con un mundo místico y literario robado a las iglesias, las bibliotecas y las revistas que iba encontrando. Llega a la música por otras rutas. En Éramos unos niños (cuenta su vida hasta la muerte de Mapplethorpe) describe con tal gracia y belleza cada una de las penurias que vivió, que podés llegar a decir: yo también quiero vivir en la calle, comer de la basura, ser musa y falsa mujer del fotógrafo gay más importante del siglo XX y la amante del dramaturgo y guionista que se casó con la linda chica linda del King Kong de 1976 (versión inferior al maravilloso original poético de Cooper y Schoedsack, 1933).
Su música, por otro
lado, tiene una fuerza que la convierte en himno (People Have The Power y Horses, por ejemplo). Ella se
confiesa amante de las series policiales al punto de ser muy capaz, luego de
una gira, de quedarse encerrada una semana más en un cuarto de hotel en
Londres, solo porque hay en ese momento una maratón de alguna de sus
series favoritas. Sus gustos literarios son amplios y exquisitos, van desde
Rimbaud a Bolaño, de Genet a César Aira... ¿Cómo no amarla?
Así, de un golpe, entré al mundo de Patti y con cada canción o libro que descubría, sentía que me iba salvando, sanando, rescatando del tedio del no hacer.
La obra que puse en
escena se llamó Yo quiero ser Patti Smith, dramaturgia de la autora
chilena Valentina Vallejos que había descubierto (mucho antes que yo) que Patti
tenía la vida que todos los artistas querríamos tener. De la mano de Patti, fui
cambiando la cerámica por los análisis de textos, los ensayos, el trabajo de
producción y de dirección. Encontré nuevos caminos y asociaciones que me
llevaron a viajar y a conocer grandes amigos y amigas. Su música empezó a
acompañarme y sus libros a ser una suerte de amuleto cada vez que me subía a un
avión.
El 1 de marzo de 2018,
finalmente Patti y yo estuvimos cara a cara. Tocaba en el CCK y allí marchamos
en santa peregrinación todos los que fuimos unidos por el salvataje cósmico de
la diosa punk: mi amigamaestra, la actriz, la autora y el
amigo escritor. Como Patti estaba en la Argentina, realizamos una función
especial de la obra homenaje, con la esperanza que ella asistiera. Conseguimos
hacerle llegar una carta invitación a uno de los músicos argentinos que iba a
tocar con ella para que se la entregara.
Esa noche mágica, la
vimos desplegar toda su sabiduría en escena, cantamos a viva voz, lloramos
cuando alzó el pañuelo verde y le gritamos cuanto la amábamos. Habíamos también
llevado algunos programas de nuestra obra y cuando el final se aproximaba, la
actriz preguntó: “¿Qué hago?”. Y yo le respondí sin vacilar: “Es ahora o
nunca”. Entonces, con una audacia de la que carezco, ella corrió escaleras
abajo por la Ballena y llegó hasta el borde del escenario donde, al grito de “I
love you Patti”, le lanzó todos los programas que habíamos llevado. Patti miró
el piso tapizado con su cara y letras fluorescentes con el título de la obra y
en una pausa de su canto, lanzó sobre uno de los papeles un tremendo gargajo.
Por suerte, en el idioma punk, ese gesto es una forma de agradecer o venerar
algo. Yo lo supe después...
Yo quiero ser Patti Smith |
A la salida, nos encontramos con el músico aliado que había llevado nuestra carta. Nos contó que se la entregó a Patti y ella le susurró (en inglés, porque no habla una papa de español): “Decile a tus amigos que la guardaré con cariño en el bolsillo de mi abrigo”. Nuestra obra se representaba al otro día, pero esa misma noche ella partía hacia algún otro lugar del universo.
La función homenaje
salió muy bien, pero ella, cómo era de esperar, no apareció. Fantaseamos que,
así como se había quedado en Londres una semana, solo a mirar tele, podría
quedarse a vernos a nosotros, pero se ve que no había nada bueno para Patti en
ningún canal.
A partir de allí,
muchas otras veces sus canciones o sus libros han venido en mi rescate.
Yo sigo leyéndola con
la ilusión de que en sus nuevos libros (por caso, El año del mono),
que son una suerte de diarios de vida, nos dedique un recuerdo y acaso -en
un capítulo sobre las infinitas formas del arte- haya una pequeña leyenda
en la que diga: “Florencia, mejor hubiera sido que siguieras con la cerámica”.
PD: Si les interesa,
pueden pedir mi currículum para el temita del banco.
El afiche |