Asmik desnuda, descarnada, desolada, sublime

Por Sebastián Spreng


La irrupción de una artista total se reconoce inmediatamente. Es el caso de Asmik Grigorian, la intrépida soprano lituana de raíces georgianas que conquista cada escenario que se le atreva, con una carrera meteórica de más de una década. Le ha llegado el turno a su primer recital discográfico y la impresión se reconfirma: estamos frente a una rara avis, irrepetible, tan peligrosa como fascinante. 

Esta vez no es su arrasador carisma escénico –recuérdense sus notables Tatyana, Rusalka, Jenufa, Lisa, Iolanta, Marietta, Senta, Cio Cio San, Manon Lescaut, Violetta, Salomé o Crysotemis– sino únicamente la voz. Y esa voz desnuda es justamente eso, una voz desnuda, a la intemperie, desamparada, aterida, vulnerable y a la vez inquebrantable, incisiva pero capaz de matices de dulzura arropadora. Una voz que estremece. En DISSONANCE, su recital de diecinueve romances de Rachmaninoff, aviva el recuerdo de la mejor Galina Vishnevskaya, otra voz “desnuda” capaz de atravesar la estepa inclemente con los poemas de Akhmatova. No es casualidad que Grigorian herede los personajes de la legendaria rusa; a diferencia de la joven Netrebko que pareció hacerlo hace unas décadas, la lituana no solo es vocalmente incandescente e impredecible como aquella sino que la calidad y timbre de voz la evocan sin dudas. No por último menos importante, comparten el abandono expresivo, ese abandono esencial, entrega, disfrute o como se llame, que llega solo y gracias al absoluto dominio del instrumento y de saber –y sentir– lo que se dice pintando cada palabra en el idioma que sea.

Junto al espléndido pianista Lukas Geniusas, destacadísimo intérprete del compositor, la soprano escogió romances en orden cronológico que cubren desde sus comienzos cuando acababa de componer la ópera Aleko hasta el Opus 34 de 1912. Cada uno está tratado como una mini ópera: lo que realmente son, no importa su duración, y eso que alguno no llega al minuto y medio. Desfilan clásicos como En el silencio de la noche, Lilas, Te espero, Aguas primaverales, Que bello este paraje (de un lirismo tal que su versión podría ser “definitiva”) y Doncella no cantes, donde equipara y en instancias supera a sus ilustres antecesoras, a otras canciones no menos valiosas por desconocidas. En todas emerge esa “Disonancia” en referencia al Opus 34 del título del recital, aquella que secretamente busca “Consonancia” y la total armonía de a dos. Ambos coinciden alcanzando su propósito para este recital que acaba demasiado pronto, donde una cantante «canta» (no todas lo hacen por más voz que tengan) desde el lugar correcto, la honestidad; desde el alma expuesta como herida abierta. La última canción sobre el texto final del Tio Vania de Chéjov llega como testamento: Descansaremos.

Que Grigorian esté programada para Turandot en 2024 no deja de provocar cierta inquietud, esa voz y una artista como ella por mas intrépida que sea debe cuidar su patrimonio; es responsabilidad para con ella y su público, artistas de su calibre aparecen muy de vez en cuando. No obstante y por ahora, este recital merece cinco estrellas. Un capolavoro.

DISSONANCE, GRIGORIAN, GENIUSAS, ALPHA 796