Por Sebastián Spreng
La musicalidad de Lisette Oropesa estuvo siempre en perfecta sintonía con su simpatía y buen humor, de los que hizo gala durante todo el recital Zarzuela de ida y vuelta con poses y gestos según le sugería la música -como esa preparada salida de Cecilia Valdés de Gonzalo Roig que condujo con gracia caribeña por sus bien diferenciadas rítmicas-. Pero especialmente se puso de manifiesto hacia el final del mismo, cuando la soprano se tomó el gusto de contar un chiste musical con el güiro como protagonista antes de sus encores, mostrando además su apoyo a aquellos sectores de aficionados que persiguen que la Zarzuela sea declarada Patrimonio de la Humanidad, expresión que tuvo que ser pronunciada desde el patio de butacas, pues la cantante no estaba muy familiarizada con ella, reivindicación del género que ilustró acto seguido con una desenvuelta versión de las Carceleras de Las hijas de Zebedeo, de Chapí, que terminaron de echar abajo el teatro, tales fueron las ovaciones que se sucedían sin descanso.
El desparpajo de la soprano de Nueva Orleans
llevó a dar el broche a su reciente debut zarzuelero precisamente en el Teatro
de la Zarzuela, en Madrid, con una indirecta alusión a sí misma cantando la
exigente romanza de Lisette de El húsar
de la guardia, uno de esos tres títulos que firmaron al alimón Gerónimo
Giménez y Amadeo Vives (con Fernández Aguirre dándole graciosamente la réplica
a falta de coro femenino) y en la que mostró sus atributos para la coloratura
que la hacen, a día de hoy, ser una de sus más dignas representantes en el
campo estrictamente operístico. Esperamos que no sea la última ocasión que
Lisette Oropesa se recubra de españolidad para obsequiarnos con más raciones de
zarzuela como las que convocó en este inolvidable y hermoso recital que supo a
poco y valió su peso en oro.