Entrevista a Alina Diaconú. Cuando escribir es una manera de rezar

Por Reina Roffé

Alina Diaconú nació en Bucarest y llegó con sus padres a Buenos Aires en1959, donde se establecieron. Columnista en varios diarios nacionales, es autora de veintiún libros editados en la Argentina. Nueve novelas, un volumen de relatos, otro de entrevistas y también ensayos, reflexiones y aforismos. Entre sus poemarios, destacan Intimidades del ser (2005), Poemas del silencio (2007), Aleteos (2015), ilustrado por Guillermo Roux, y Rosas del desierto (2019). Algunas de sus obras han sido traducidas al inglés, francés, italiano y rumano. Ha obtenido premios nacionales e internacionales. Entre otros, “Personalidad destacada de la cultura 2018” (Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires), el “Prix Asolapo Italia, 2018-2019” y el “Diploma y distinción al mérito de la Unión de Escritores de Rumanía y del Ministerio de los rumanos del exterior” (Bucarest, 2019).


Hace apenas unos meses, cuando acababa 2021, Alina Diaconú dio a conocer otro “hijo de papel” gestado en los años más duros de la pandemia: Y seremos como dioses. Un libro que contiene tres poemarios titulados cada uno de ellos con una sola palabra: “Vehemencia”, “Impotencia” y “Sapiencia”, recogidos en una bella caja-estuche que incluye siete sugerentes dibujos del maestro Guillermo Roux, especialmente realizados para esta obra, asimismo acompañada de un magnífico póster desplegable con una ilustración alusiva al poema “El mar negro”. Se trata de una edición limitada, con ejemplares numerados y firmados por la autora. Ochenta y dos poemas divididos en tres partes precedidas por breves prólogos de María Paula Zacharías, María Kodama y Fernando Sánchez Sorondo, quien describe a Diaconú como una persona que “irradia una sapiencia esencial (...) que proviene del verdadero corazón de la sabiduría: la intuición poética”. Y señala su vivencia meditadora, humana y metafísica haciendo hincapié en la naturalidad con la que transmite estas experiencias o búsquedas en su escritura. Versos que se construyen para acallar todo parloteo o inquietud y persiguen un mar en calma, paz interior por sobre todas las cosas, como si en el pasado un gran barullo hubiera impedido encontrar el anhelado eje. Por eso, este libro más que reflejar el momento actual, de enorme zozobra e incertidumbre, da cuenta de un proceso de evolución espiritual, a través de cuestionamientos a fondo sobre los sentimientos, las pasiones, el dolor, las carencias, el tiempo, los miedos, mientras rinde homenaje a autores y artistas, como indica la particular elegía porteña dedicada a Alberto Girri, ese gran poeta situado en la corriente culturalista, indagador metafísico y buen amigo de sus amigos.

Y seremos como dioses es un libro de poemas que contiene tres: Vehemencia, Impotencia y Sapiencia. Todos escritos entre 2019 y 2021. Como señalé antes, cada uno lleva una suerte de prólogo, o nota muy personal de unos amigos tuyos relacionados con el medio cultural. En el primero, la periodista especializada en artes visuales, María Paula Zacharías, señala que habitás un volcán y le ponés letras. La naturaleza (pájaros, olas), en sus representaciones, da un sentido vibrante a aquello que verbalizás, al igual que los dibujos eróticos de Guillermo Roux. Esto se resignifica con la cita de E.M. Cioran, que precede al primer poema (“Toda experiencia que no se convierte en voluptuosidad es una experiencia fallida”). ¿Es así?

- Sí, yo nací bajo el signo de Leo, cuyo elemento es el Fuego. No soy una seguidora de la Astrología, pero en ciertos rasgos de carácter de mi signo, me reconozco. Hay un fuego dentro de mí, eso es cierto, y soy una leona, sabiendo que el león es un animal que puede ser feroz, si tiene hambre o lo atacan. Si está satisfecho, es un felino fuerte, potente, decidido, intrépido y con una misión de liderazgo: El Rey de la selva, ¿no? Frente a sus padecimientos, el león se caracteriza por ir a lamerse sus heridas en la más total de las soledades. Yo, cuando sufro, soy igual, me escondo. El fuego y la sensualidad -unidos a veces a la voluptuosidad- forman parte de mi manera de ser y de devorarme la vida. Por lo tanto, fueron y siguen siendo el motor de mi literatura en general y de mis poemas en particular. Tengo una permanente avidez por la belleza, el arte, la vida.


Tanto Zacharías como el ensayista Juan José Sebreli, que escribió un precioso texto sobre tu libro, señalan algo: te bastan dos o tres palabra por línea para expresarte. Sebreli dice que este “rasgo confiere a los poemas una especie de geometría musical, una drástica verticalidad (...) por lo que ya antes de leerlos estamos en presencia de una obra de arte visual”. ¿Dibujás los poemas, a qué se debe esta opción?

- No es algo deliberado. Con los años fui encontrando la belleza de la síntesis, de las esencias, de aquello que es medular. Hay una fuerza enorme en lo simple, lo directo, lo depurado de ornamentos, lo estilizado, como bien dice Sebreli asociando ese “diseño gráfico” de mis versos con las obras de Giacometti. Por algo, simultáneamente a mi regreso a la poesía empecé a escribir aforismos. Es probable que Cioran me haya influido en esa nueva vertiente. Cuando yo lo conocí, estaba todavía dedicada a la novela (había terminado mi quinta novela, Los ojos azules, 1985, libro que le dediqué a él y a Ionesco). En ese momento, yo no entendía por qué Cioran renegaba de ese género. Con los años, lo fui entendiendo de una manera natural. Y la simplificación comenzó a fluir en mi modo de encarar la escritura. En verdad, creo que tanto mis poemas más recientes como mis aforismos son una manera de acercarme al más elevado de los estados: el silencio.

Todos o casi todos los poemas tienen una intencionalidad filosófica, muchos de ellos contienen preguntas que glosan y desglosan algún asunto de orden existencial. En “Dilatada pubertad” -donde hablás de una adolescencia que pervive en la mujer madura-, te cuestionás, entre otras cosas, y desde la voz poética, qué hombro se le negó, qué pasión, qué árbol. Estos interrogantes en busca de alguna respuesta, ¿nos salvan del abismo de la muerte?

-Todo lo que yo escribí a lo largo de mi vida (desde mi primera novela en 1975 hasta la novena en 2009, pasando por otros géneros) juegan con lo onírico, con lo fantástico y plantean interrogantes filosóficos, cuando no metafísicos. Y esto no es casual, porque ése ha sido, es y será el gran interrogante de mi existencia. Siempre intenté bucear en los vericuetos de la condición humana, en mi propio universo interno y en lo trascendente. Creo que empecé a escribir por estar obsesionada -desde mi pubertad- con la idea del amor y de la muerte. Eros y Thánatos. Estoy convencida de que, en medio de los peores avatares, el arte, en cualquiera de sus expresiones, es nuestra tabla de salvación. Me gusta mucho una frase que Ionesco me dijo una vez: “Escribir es mi manera de rezar”.


¿Todos los juegos son peligrosos como en tu poema en el que, de tanto jugar con fuego, la llama se apagó?

-Todos los juegos son peligrosos, sí, de ahí su fascinación. Y siempre nos quemamos -poco o mucho- por jugar con fuego. A menos que tengamos tanto miedo de incendiarnos y de inmolarnos, que decidamos parar el juego y esperar. Pero entonces pueden soplar brisas o vientos huracanados y las llamas se apagan. Y ya no hay nada que hacer: solo quedan cenizas.

¿Has tenido muchos amores literarios, de los que tienen texto no sexo, según indicás en “Espejismos”?

- No sé si fueron muchos, pero sí algunos. Son los más poderosos, los más obsesivos, porque están basados en la estética, en la atracción del lenguaje y en una admiración tan grande por los autores de esos escritos, que te pueden enloquecer. Son amores por las palabras, construidos con palabras; amores ideales hacia seres idealizados e idílicos, que crecen en nuestra mente. Espejismos, sí. Son pasiones imposibles y, por lo tanto, inolvidables. La seducción de la literatura y de los que la usan para hechizarte, puede ser tremenda.

En “Dilema”, proclamás: “Yo soy /la tormenta/ y el fuego/ no/ no tengo más tiempo/ que este/ tiempo”. Entretanto, “En la rompiente” apelás a las olas de la vida, a la perplejidad. Hay un constante oscilar entre el asombro o la vacilación y algunas certezas. ¿Quién gana la batalla en este campo?

- En este campo, la batalla la gana siempre la vacilación. Imitándolo a Cioran, yo diría: Mi única certeza es la vacilación.

¿Seguís cautivada por la vida como decís en “Vida en la vida”?

- Como soy una persona muy mental y emocional al mismo tiempo, esta pugna me hizo colapsar en unas cuantas ocasiones. Me hundí muchas veces, pasé por tremendas situaciones-límite, conocí muchos abismos. Soy, sin embargo, como el ave fénix. En el fondo, estoy completamente enamorada de la vida. Pero cuando digo “vida”, digo también “muerte”. No hay una cosa sin la otra. No hay luz sin oscuridad, no hay dicha sin desdicha. De todos modos, me gusta sentirme viva, soy una gran disfrutadora de instantes, las grandes pequeñas sorpresas de lo cotidiano me siguen asombrando, me producen grandes entusiasmos aún. Tengo una forma especial de hedonismo.

En “Tantas mujeres” está la bailarina, la pintora, la actriz, la escritora y la mera transeúnte. ¿Fuiste todas las que enumerás?

- Fui todas las que enumeré y más. Mis padres me querían dar, desde muy niña, todas las herramientas posibles para poder expresar mi creatividad. Gocé mucho con algunas de esas experiencias y nada de nada con otras, pero experimenté variadas posibilidades artísticas y didácticas. Como me atraía enormemente el ámbito de las iglesias ortodoxas y me sentía feliz entre íconos y olor a incienso, ellos tenían miedo a que me hiciera monja. Creo que, por eso, me buscaron otros disfrutes y opciones. Me pusieron profesores de francés, de piano, de dibujo, de ballet, de gimnasia. Me leían a grandes poetas franceses, me llevaban al teatro y a los conciertos todos los fines de semana. Pero la veta mística no desapareció, pervivió en mí.

¿Somos solo transeúntes del destino, según apuntás en “Casualidades”?

- Soy bastante fatalista, pero también me interesa la idea del “karma”. Me encanta que me digan que tuve centenares de vidas anteriores, que la reencarnación implica una evolución, que nada de los que nos pasa es casual o azaroso. Son teorías fascinantes que explicarían muchas injusticias de toda índole que, sin esa teoría, no entenderíamos. Fui profundizando en todo eso yendo a la India, a Egipto y haciendo varios peregrinajes y retiros de tipo espiritual.


Acabás el primer libro,
Vehemencia, con “Cioran”, en el que realizás un retrato físico, emocional e intelectual del filósofo rumano. Sé que fueron amigos y has escrito sobre él en muchas ocasiones. ¿Qué fue lo que te mantuvo tan cercana a su visión del mundo?

- Pocas veces encontré a un autor admirado por mí que fuera personalmente tan maravilloso, tan cálido, tan encantador. Afinidades con Cioran, muchas. Su escepticismo, su dolor y sus heridas, su vehemencia provocadora, su humor, su vitalidad, su empatía, su impaciencia, su trasfondo místico también. Sin hablar de nuestro origen común, de ciertos códigos y sobreentendidos y de que ambos habíamos cambiado el idioma natal para escribir literariamente en el idioma del país de adopción. Él era un escritor francés (el mayor estilista francés, según los propios franceses) y, salvando las distancias, yo soy una escritora argentina. A mí me parece que este dato fue crucial para que él tuviera tanto interés en encontrarnos y en conocernos. Nos hermanaba lo que él describió en sus libros así: “Para un escritor, cambiar de lengua es como escribir una carta de amor con un diccionario”. Yo lo experimenté a lo largo de varios años. Y luego, no sé, al vernos la primera vez, hubo un “click” de entrada, eso que yo creo que caracteriza “los encuentros de almas” y que va más allá de lo explicable.

Al segundo, Impotencia, lo precede un escrito de María Kodama. Un libro, dice María, en el que parecieras mostrar “la contracara del amor”. Y es cierto que en “Renuncia” llama la atención cómo se va desdibujando a quien tal vez se inventó, y en “Agur” te despedís de un fantasma reafirmándote en tu libertad. Poemas éstos y otros que nombran el amor o la pasión como aquello que no fue, posiblemente por decisión propia. También te interpelás sobre a quién, en verdad, se ama o qué es lo que se ama. ¿El amor es, de acuerdo con la cita que introducís de Balzac, “un poema enteramente personal”?

Obra de Roux para "Y seremos como dioses"

- Está el amor, y está el AMOR. Es una conclusión a la cual llegué después de una larga vida. Y mirá que yo tuve un matrimonio de 43 años que fue algo maravilloso, pleno, completamente atípico para la gente. Tal vez lo nuestro no fuera de este mundo. Por lo general, el amor terrenal se confunde con muchas cosas: con sentimientos, con instintos, con pasión, con deseo, con atracción, con placer, con sexo, con una amistad diferente, con admiración, con curiosidad, con hábitos o con la mezcla de varios de estos factores. A mí, de muy joven, el amor siempre me creó esta confusión (me gustaba un muchacho y estaba segura de que lo amaba) y no entendía por qué mi madre me decía, con una sonrisa irónica, cuando yo era una adolescente, que “el amor es pura imaginación”. Después, de grande, comprendí. En verdad, nos enamoramos de nuestra propia creación del otro, de nuestra idealización, del ser que inventamos. Y cuando la fantasía se convierte en realidad, el globo se pincha y nos des-enamoramos, nos decepcionamos. Tanto que, a veces, una se pregunta: ¿Cómo pude amar a esa persona? ¿Qué le vi? Pero la otra persona no tiene mucho que ver, fue un anzuelo para la creación de una ficción propia. No la vimos cómo era, no la queríamos ver. De eso hablan, me parece, estos poemas míos a los cuales te referís y que enfocan esos casos. De la des-ilusión. Mi conclusión, en esta etapa de mi vida y después de algunas des-ilusiones, es que, si no hay ternura, no hay amor. La ternura fue decisiva en mi largo matrimonio, sumada, por supuesto, a otros importantes ingredientes. Ahora, por el otro lado, está el AMOR. Pero eso es algo mayúsculo, no es un sentimiento, no es una emoción, es un estado del ser. Y para descubrirlo se necesita entrar en un camino espiritual.

En “Zozobra” luchás contra aquello que quiebre el anhelado bienestar; en “S.O.S.” contra la obsesión; en “Zig-zag” contra el desencuentro. Peleas internas que te llevan a pensar, como en “Ultimátum Jano”, que el presente es la única escala de la travesía. ¿Lo es?

- Sí, a esta altura de mi vida, solo me interesa el presente, que puede ser un presente continuo. Es decir, intento no refugiarme en el pasado ni soñar con proyectos futuros. Esta “peste” que nos está asolando solo me ha hecho reforzar esta convicción. Estoy concentrada en el ahora, en pasar buenos momentos ahora. Mañana, no sé. No sé si habrá un mañana. Cada día, cuando me despierto, agradezco al cielo por ese día. Con todo lo que pueda traer aparejado. ¡Estoy viva!

Volvés sobre este núcleo temático en otro poema, “En la fugacidad, la oportunidad”. Aparece el amor que no pudo ser y destacás aquello que Buda enseñó: la impermanencia de todo. Es decir, ¿seguís el camino que indica la liberación del sufrimiento? ¿Creés, según tus propios versos, que estamos “en el andén / de la vida, / con una valija / que no contiene nada”?

-Desde que descubrí el budismo como filosofía, Buda es mi guía. Todo es impermanente y para no sufrir lo más importante es poder renunciar a las cosas o ideas que nos tienen atados, divididos, enfrentados, ansiosos, empezando por los deseos. Tanto Buda como el hinduismo, se refieren a la vida como “maya”, es decir como “ilusión”, como apariencia. Tener la valija o la mochila liviana, es mi gran desafío.

Estos poemarios fueron escritos y elaborados en un período en el que, a las habituales calamidades (naturales, sociales, políticas, económicas), se sumó la enorme alarma generada por la covid 19. En otras palabras, son producto de una situación límite que nos sensibilizó especialmente y que a vos te hizo ver de manera crucial que existía “Algo en el aire”, poema en el que reflejás con mayor énfasis la fugacidad de todo y la decepción. “Algo en el aire” viene acompañado de una cita de Borges: “La vida es una muerte que viene”. Esta toma de conciencia a fondo, ¿ahondó más la inquietud suscitada por la situación o te ayudó a sobrellevarla?

- Ese poema se refiere a una experiencia que tuve un día, al entrar en un gran negocio de autoservicio y al sentir una extraña atmósfera de agonía. Recién comenzaba “la peste” y los problemas de contagio ocurrían en Europa, no aquí. Pero para mí, ya había algo en el aire. Sentí un algo de “fin del mundo”, de desaparición de todo, como una muerte masiva de lo conocido. La cita de Borges cobraba una gran intensidad en ese momento. Pero no me atemorizaba mi propia muerte, sino la muerte de todo lo existente.

Dedicás varios poemas a los sentimientos y sensaciones que suscitó la pandemia: “Cuarenterna”, “Final del mundo”, pero también hay otros como “El mar negro” que nos remite a la nostalgia de una infancia lejana en el tiempo y en el espacio. ¿Te seguís sintiendo una extranjera?

-“Cuarenterna” fue un neologismo para resumir lo que, para muchos, aquí en la Argentina, fue ese confinamiento interminable, una cuarentena que nos parecía eterna. En cuanto a la nostalgia, yo no siento nostalgia por nada. Aunque a veces diga que añoro determinadas circunstancias o lugares. Lo pasado, pisado. Tengo muchos recuerdos, los rememoro con frecuencia, los evoco, pero no me producen nostalgia ni dolor. Es cierto que hay una “extranjeridad” que me cohabita y que me acompaña como una segunda naturaleza. Lo comenté algunas veces: pongo siempre cierta distancia, miro todo como desde la ventanilla de un avión, intento ser una observadora-testigo, digamos. Esto me ayuda bastante a tener una visión más desapegada de las cosas, tal vez más objetiva. Y, al mismo tiempo, me produce esa curiosidad que tiene el turista al descubrir situaciones nuevas, asombrarse con lo que ve a su paso y pecar hasta de cierto candor. Con frecuencia (después de 60 años que vivo aquí) parezco una turista en Buenos Aires. Es una ciudad que amo. La sigo descubriendo cada día y le saco fotos a todo lo que me llama la atención: su arquitectura, sus magníficos árboles, detalles en sus calles, de sus cafés, su gente.

Obra de Roux para "Y seremos como dioses"

En
“Jaulas” te referís a esas soledades que pintó Edward Hooper. ¿Te ves como una de esas mujeres de los cuadros del artista estadounidense?

- Sí, porque a mí me encanta estar sola en los bares y cafés. En silencio, observando y saboreando mi cortado diario. Si bien soy muy sociable y amo a la gente y me gusta reunirme con amigos, necesito mis ratos de soledad y, como soy básicamente urbana, los cafés me ofrecen esa posibilidad. Lo que Hopper ha hecho magistralmente es reflejar esa soledad y esa melancolía del individuo en la gran ciudad, en los años treinta-cuarenta en los Estados Unidos y hay en esa soledad algo inquietante y estático que, personalmente, me fascina. Será porque al observar mis fotos, desde que era una niña hasta hoy, noto una gran melancolía en mi mirada. Y ese velo melancólico perdura.

Como no podía ser de otra manera, volvés a la carga con poemas relacionados con la persistente pandemia, que tanto nos obsesiona. Lo hacés con “Manos limpias”, curioso manifiesto de voluptuosidad descubrir el placer de lavarse las manos con detenimiento, con caricia iniciática. Luego, con “Pequeños gestos en medio de la calamidad” y “La última fantasía”, en el que te preguntás, entre otras cosas, qué gusto te darías antes de que el mundo se acabe. Pero el más elocuente en este sentido es “Miedos”, dedicado a Juan José Sebreli. Trabajás con la devastadora idea del fin del mundo, de tercera guerra mundial que nos acibaró con fuerza durante el inicio, en 2020. Un poema muy conmovedor. Versificás cómo la peste nos disfraza y nos separa del candor, impide el contacto con los otros y perjudica “a quienes les queda poca felicidad”. ¿Es un homenaje a los ancianos, a los más perjudicados de esta pandemia, que tantas vidas se cobró?

- Es un homenaje a todos, viejos y jóvenes, a los que nos han quitado la manera de manifestar nuestro afecto: el abrazo, el beso, la caricia, la cercanía, el sentir la proximidad física del otro, su energía, su calor. Aborrezco esta modalidad pandémica de saludarse con los puños o los codos. Me niego a practicarla. Me parece agresiva, ofensiva. Si algo me gustaba en este mundo era abrazar a las personas a las que les tengo cariño. Nos han arrancado esa felicidad. Y los mayores no tenemos tanto tiempo como para esperar que esas costumbres se reviertan. En Rumania, durante mi infancia, la gente no se daba besos para saludarse, no existía esa costumbre. Los hombres (de otra generación, como mi padre) besaban la mano de las mujeres. Eso era todo. Por eso, cuando llegué a la Argentina, amé de entrada ese beso en la mejilla. Era una demostración de afecto que yo desconocía. Un gesto de ternura.

Finalmente, llegamos al poema que da título global a este libro de oro, como lo llamás, “Y seremos como dioses”. Un canto de libertad. ¿Por qué es tu libro de oro?

Con Guillermo Roux

- Porque Guillermo Roux me regaló su arte, ya póstumo (sus siete extraordinarias ilustraciones, hechas especialmente para este libro). Porque es, para mí, como “un broche de oro” haber podido concretar, en plena “peste”, y con todo en contra, algo de características muy particulares: un libro-objeto, prácticamente una publicación de arte, en una edición súper especial, firmada y numerada. Y porque, en última instancia, es como sellar mi largo camino en el mundo de la escritura. Empecé a esbozar poemas en francés a los diez años, pasé por todos los géneros y volví a las fuentes, al poema y también a los aforismos, aproximándome a la meta de un larguísimo trayecto. Es la culminación de una vocación.

Guillermo Roux falleció unos días antes de la presentación de Y seremos como dioses, que lleva sus dibujos. ¿Podrías referirte a él y a la amistad que los unió?

-Con Guillermo nos conocíamos desde hacía más de 40 años. Siempre admiré su pintura. Yo lo llamaba “el Miguel Ángel argentino” porque dentro de su vasta obra pictórica dejó a su país murales extraordinarios. Las conversaciones con él eran un deleite. Tenía una alegría a flor de piel, un enorme gusto por la vida; era sabio y sensible, ocurrente, lleno de humor. Amaba la literatura y era muy generoso con sus comentarios sobre lo que yo escribía. Una persona querida y querible, un artista genial que no se la creía, sino que disfrutaba trabajando. Postrado en una silla de ruedas no dejó nunca de dibujar, de crear, de asombrarse con el universo de los objetos cotidianos que lo rodeaban (desde una flor, una manzana, una silla, una taza), como también de pintar grandes escenas épicas, como fueron sus últimos cuadros, inspirados en La balsa de la Medusa de Géricault. Fue uno de los más grandes artistas argentinos contemporáneos. Y yo tuve el privilegio de conocerlo y de tener ilustrados por él dos de mis libros. Borges decía que él no se enorgullecía por los libros que había escrito, sino por los que había leído; yo me enorgullezco por los grandes escritores y artistas que me regalaron su amistad.


Selección de poemas de Alina Diaconú

 

De Vehemencia

 

TANTAS MUJERES

                                                          “Tu historia era tan larga,

la trama tan intensa”.

Leonard Cohen

Fui la mujer

de acero,

de madera

y fuego.

Fui bailarina

y pintora

y actriz,

escriba

y mera transeúnte.

Soy, por momentos,

la mujer de hielo,

de piedra

y de titanio,

el vendaval

y el tornado.

Pero en el fondo,

soy la que se derrite

y naufraga

ante una palabra

o un abrazo.

 

DILEMA

 J.J.

Yo soy

la tormenta

y el fuego,

no,

no tengo más

tiempo

que este

tiempo.

 


De Impotencia

 

ZOZOBRA

a Viviana Rosenzwit

De noche, cuando el péndulo del amor

oscila entre siempre y nunca…

Paul Celan

Ayer, 31 de Diciembre,

una sombra

enturbió

mi alma.

Era como

una nube

que tapa el sol

y enfría

la piel.

Como si mi visión

se oscureciera

ante la

inmensidad

de lo ignoto.

Era algo así

como una

espina

en una alegría,

como un

dardo

en la esperanza.

Era una obra

de la zozobra,

una tristeza

que, de golpe,

opacaba

mi horizonte

y las puertas

del porvenir.

 

ALGO EN EL AIRE

                                                       “La vida es una muerte que viene”.

Borges

Había un olor

a muerte

en la colorida

 tienda

de los mil

artículos.

Respiré un aire

espectral,

de flor marchita,

mirando

las góndolas

casi huérfanas

y la fila de cajeras,

con sus expresiones

agónicas

que parecían

haberse

congelado,

como en los cuadros

de Hopper,

sus gestos

de esculturas

vivas,

las sonrisas

endurecidas

como muecas

secas,

huecas.

Había algo

mortecino

cansino,

como si todo fuese

la antesala

de un abismo,

una farsa

a medio terminar

en un pueblo

fantasma.

 

CARENCIAS


Tenía madre

y tenía abuela,

pero no las tenía.

 

No tenía hermanas,

ni hermanos

ni amores,

pero los tenía.

 

De Sapiencia

 

MIEDOS

a Radu Negrescu-Sutu

“Las ideas son fuerzas”.

Nietzsche

En el presente

hay

realidad,

no mente.

Eso afirman

los maestros.

El miedo

sería entonces

una idea,

un avance

en el tiempo,

una fantasía,

un presagio,

un producto

de la imaginación.

No es cierto

si digo

“ahora

tengo miedo”.

No hay miedo

en el ahora,

sólo tenemos

un pensamiento

que se adelanta

al futuro.

 

MIS ADICCIONES


Soy adicta al amor

al fervor

al valor.

Soy adicta a la

Belleza

en todas sus formas

en todos los órdenes

en todas sus llamadas-

llamaradas.

¿Qué es el amor

-me pregunto-

y el fervor

y el valor

y la Belleza?

Destellos de la subjetividad

impresiones,

miradas,

juicios,

evaluaciones,

sensaciones

del yo…

O, tal vez, ¿algo más elevado,

una matriz

indefinible,

oculta,

la textura misma

del Universo?