“Es probable que cada lectora responda afirmativamente (sobre las proporciones de un rostro armonioso), y en consecuencia, es muy posible que esté equivocada”, nos avisa la revista Femirama, volumen VIII, Nº 160, en su sección Nociones básicas de Cosmética (plenos años '60 del siglo XX). Sucede que son muchas las mujeres que, por ejemplo, están convencidas de tener una cara redonda cuando en realidad la tienen triangular, mientras que otras se obstinan en sostener que poseen un rostro alargado aunque su óvalo sea sencillamente perfecto. Tendremos pues que aceptar la sentencia de la publicación citada: “No siempre somos buenas jueces de nosotras mismas”.
Por otra parte, tampoco es imprescindible cumplir los requisitos exigidos por Leonardo Da Vinci, que pensaba que “la belleza femenina debía responder a las rígidas leyes de la matemática”. Según este artista, el rostro ideal sería el ovalado y alcanzaría la perfección aquel que resultare divisible en tres partes de idéntica medida, a saber: la distancia desde el arranque de los cabellos hasta las cejas, de éstas al extremo inferior de la nariz, y de ésta al mentón. Más todavía: “En el óvalo realmente impecable, la frente y los pómulos deben tener aproximadamente el mismo ancho, mientras que la parte inferior de la cara tiene que ser más estrecha”.
Sin embargo, nos tranquiliza gentilmente Femirama, podemos contradecir un poco las opiniones de Leonardo y considerar que hay rostros que pueden resultar bellos, armoniosos, atractivos e incluso interesantes aun cuando las tres secciones fundamentales en que se los divida no tengan la misma medida, apartándose de los cánones teóricamente soñados.
De todas maneras, si desean ustedes medirse, “sin duda será un experimento apasionante”. Y muy simple: necesitaremos un lápiz, una regla y una cinta métrica. Primero trazaremos la cara ideal, a la cual trasladaremos luego nuestras medidas personales. Una línea vertical de 19 centímetros y medio se divide en tres partes iguales, o sea, de 6,50 centímetros cada una. Así se obtiene la longitud del rostro, a partir del nacimiento del cabello, y su división básica. En otras palabras: la altura exacta de las cejas, de la nariz y el mentón. La línea debería estar situada en la parte central (la marcaremos debajo de la correspondiente a las cejas, a un tercio de distancia entre éstas y la nariz). La línea de la boca se halla precisamente en la mitad justa de la parte inferior. Sobre ésta deberán ustedes hacer la comparación con el propio rostro, ya sea reflejado en un espejo, ya través de una foto ampliada a tamaño natural. De este modo conocerán con exactitud el grado de imperfección de cada uno de los rasgos y podrán actuar en consecuencia para mejorar o al menos hacer malabarismos para que nuestros semblantes se acerquen a la divina proporción.