Stephen Sondheim, el hombre justo que hizo el bien sabiendo a quién

 Por M.S.

Raras, rarísimas veces un gran artista es llorado con tanta alegría a la hora de su muerte como está sucediendo estos días con el músico y poeta Stephen Sondheim, que dejó este mundo mejorado por canciones inolvidables el 26 de noviembre pasado, después de celebrar con amigos el Día de Acción de Gracias, a los 91. Con tanta alegría emocionada, agradecida habría que aclarar… Porque a todas aquellas personas que escucharon y amaron sus temas más difundidos -aún sin conocer completa la comedia musical de donde provenían- Sondheim les dio esa porción de felicidad y belleza que es una alegría para siempre, porque su encanto aumenta con el tiempo (dicho esto parafraseando libremente a John Keats). De los incontables mensajes publicados en redes, vale quizás escoger el de Hugh Jackman: “Muy de tanto en tanto, una persona llega para transformarlo radicalmente todo en un género artístico. Stephen fue una de ellas. En estos momentos en que millones lo lloran, quiero expresar mi gratitud por todo lo que ha hecho por mí, por todos nosotros”.

En la revista New Yorker, Rachel Syme escribió una conmovedora crónica recordando aquel histórico momento de marzo de 1971 en que Stephen Sondheim entró en el Colonial Theatre de Boston con un hatillo de papeles manuscritos donde figuraba su nueva canción para el nuevo musical Follies, en el que se narraba la historia de un grupo de actores y actrices que se juntaban en un teatro a punto de demolición para rememorar viejos éxitos. El elenco estaba integrado por nombres de estrellas maduras ya casi descartadas por Hollywood, como Yvonne de Carlo o Alexis Smith, y el segundo acto se estaba decantando en la cabeza de Sondheim, pero él sabía que algo le faltaba.

Yvonne hacía el papel de Carlotta Campion, una excorista con breve carrera en el cine, ya en declive. En la vida real, la actriz había tenido su cuarto de hora de gloria en la pantalla como una tal Salomé, bailarina y espía (antes de que Rita Hayworth hiciera la bíblica); una femme fatale en Criss Cross arruinando prolijamente a Burt Lancaster; Esclava libre junto a Clark Gable; Sefora, esposa de Charlton Moisés Heston en Los diez mandamientos; y hasta había encarnado a una Calamity Jane en 1949 (antes de Doris Day, en 1955)… Aunque coqueteando en esas fechas con algunos roles secundarios, de Carlo era lo que se consideraba en el star system una has been, por lo que estaba feliz con su Carlotta en Follies cuyo sentido era darle esperanzas de larga vida al espectáculo en general.

Pero la verdad es, rememora Syme, que al musical le faltaba la canción perfecta, esa que todo el mundo sale tarareando y aporta profundidad. “Solo tenía una de relleno”, reconoció Sondheim tiempo después. “Y sabía que teníamos que mejorarla”. Entonces, a James Goldman, redactor del programa de mano, se le encendió la Philips -no existían las Led, obvio- y sugirió que fuera un tema de supervivencia, algo así como “todavía estoy aquí”. Era justo el impulso que SS necesitaba: le dio las gracias a JG y se tomó unos días. Según el asistente de entonces, Ted Chapin, cuando reapareció con el hatillo de marras, “había escrito unos de los grandes números del musical de todos los tiempos en todo el mundo”.


I’m Still Here es un blues despampanante para una voz que suene áspera haciéndote saber exactamente quién es Carlotta y qué historias tiene a sus espaldas: “Buenos y malos tiempos,/ los he visto a todos y, querido,/ todavía estoy aquí./ Terciopelo de seda a veces, / a veces solo pretzeles y cerveza,/ pero estoy aquí”. Y el tema prosigue con un humor entre cínico y negro aludiendo a la Gran Depresión, al escandaloso romance de Wallis y el duque de Windsor, al macartismo en Hollywood… Sondheim entrelaza fluidamente la historia de las luchas personales de Carlotta (“tener que bailar en tiempos de estrecheces por 3 dólares la noche”) con las del país en general… La exhortación implícita: seguir adelante, reducir expectativas cuando llegue la malaria, saber gambetear los golpes del destino, “a veces aterrizar sobre diamantes, a veces sobre rocas”.

Chapin dejó escrito en sus memorias, Everything Was Possible, que cuando recibió el manuscrito no lo podía creer: “Línea tras línea era inteligente, agudo, abarcador, mordaz, triste, divertido, honesto… De algún modo la canción parecía ser sobre Carlotta y sobre la propia Yvonne”. Años después, Sondheim dejó entrever que también se había inspirado en la carrera de Joan Crawford, que desde los años 60 había pasado a ser apenas Baby Jane. En cualquier caso, I’m Still Here representó una gran oportunidad para todas aquellas que la han entonado en escena (entre ellas, Elaine Page, Carol Burnett, Judy Collins). La maravillosa Elaine Strich hizo orgullosamente este tema a los 76 en el programa Art Liberty: “Le avisé a Stephen que la cantaría hasta que pudiera hacerlo. Hasta los 80, al menos”. Bueno, ella lo hizo a los 86, cuando el genio cumplía 80…

Anota Rachel Syme que al conocer la noticia de la muerte de Sondheim, entre todas las bellezas firmadas por él, eligió Follies: “Quería escuchar sobre el envejecimiento y la mortalidad, sobre vivir a pleno hasta el final. Sentir esa gran ternura por Carlotta…”. Y aunque muchos de los grandes números para damas fuertes -que vivieron aventuras, que permanecieron indomables- fueron compuestos pensando en determinadas intérpretes, luego resultaron insoslayable caballito de batalla para muy distintas reinas de Broadway.

Ya desde 1959, cuando escribió el tema a Mama Rose para Ethel Merman en Gipsy, SS dio en el tono para mujeres fuertes que luego desarrollaría. Posteriormente, creo a Desirée, papel de dama madura en A Little Night Music, donde Glynis Johns cantaba admirablemente Send in the Clowns, otro exitazo. Como señala Syme, “Sondheim nunca sintió que las mujeres se volvieran obsoletas en teatro. No si les escribís esas canciones, claro. Las mujeres de Stephen Sondheim suelen mirar hacia atrás, a veces con melancolía, pero también con una perspectiva. Por esos sus canciones todavía están aquí”.

Elly Belle, a su vez, escribió el 13 de diciembre pasado una nota en la publicación Bitchmedia titulada: Cómo Sondheim dio lugar a las personas queers y trans, donde remarca que en la adolescencia, muchos chicos y chicas vinculados al teatro encontraron consuelo y seguridad en la música y en las letras de este creador, que fuera discípulo de Oscar Hammerstein: “Uno de mis recuerdos más fuertes es haber escuchado repetidamente Being Alive de Company, gritando a todo pulmón la letra, experimentando un caleidoscopio de emociones. Stephen nos animó a aceptarnos profundamente, a celebrar nuestros sentimientos, a dejar salir las penas. Para las personas queer y trans, particularmente, es muy importante que Sondheim  haya dedicado buena parte de su obra a comprender complejidades individuales, a exaltar la dignidad, sin dejar de reconocer que podía haber fealdad junto a la belleza. Quería darnos un espejo donde mirarnos y que encontrásemos compasión y simpatía en lo que veíamos, sin idealizaciones”.

“Para cada momento de mi vida ha habido una canción de Stephen”, dice la actriz Juliette Goglia, de 26. “Su mejor regalo fue que nos ayudó a sentirnos menos solos. Me enseñó que nunca un sentimiento noble era demasiado grande”.  Elly Belle acota: “Stephen Sondheim asumió públicamente su homosexualidad a los 40. Ver a un hombre gay vivir a pleno hasta una edad muy avanzada, a un hombre que pasó gran parte de su existencia creando músicas y palabras que confortaban a gran cantidad de personas, fue algo inapreciable. A muchos LGBTQ+ su arte nos unió, nos recordó que alguien estará siempre al lado de nosotros, y nos comprenderá. Nos enseñó a reconocernos, a saber que merecemos tener éxito. Todas esas lecciones de vida sobreviven a su muerte”. En No One is Alone, de Into the Woods, hay mucha indulgencia: “Las personas pueden cometer errores./ Las brujas pueden tener razón,/ los gigantes pueden ser buenos./ Tú decides lo que es correcto,/ tú decides lo que es bueno”.