Mujeres transgresoras: un recorrido por la historia del siglo XX en España

Entrevista con Inmaculada de la Fuente

Por Reina Roffé

Inmaculada de la Fuente

Escritora y periodista, la madrileña Inmaculada de la Fuente es licenciada en Historia Moderna y Contemporánea y escribió durante un largo periodo en el diario El País. En 1985 obtuvo el premio nacional de Periodismo en la modalidad de Reportajes y Artículos literarios. En la actualidad, colabora en varios medios, especialmente en la Revista de Occidente y en Clarín. Aunque también es narradora, ha dedicado buena parte de su trabajo al ensayo. En 2011 dio a conocer El Exilio interior. La Vida de María Moliner (editorial Turner) y con anterioridad Mujeres de la Posguerra. De Carmen Laforet a Rosa Chacel, historia de una generación (Planeta, 2002 y Sílex 2017) y La roja y la falangista. Dos hermanas en la España del 36 (Planeta, 2006). Además, en 2015, la recopilación de semblanzas de mujeres de los años treinta de la pasada centuria, Las republicanas “burguesas”. Su última obra publicada, Inspiración y talento. Dieciséis mujeres del siglo XX (Punto de Vista Editores, 2020), presenta un recorrido por la historia española a través de las biografías de grandes protagonistas del periodo republicano como Clara Campoamor, María Teresa León o Elena Fortún, de la posguerra, como Carmen Laforet, y la Transición y la modernidad: Pilar Miró, Carmen Díez de Rivera, Montserrat Roig y Carmen Alborch, entre otras. Todas ellas, políticas, feministas, artistas y aristócratas, componen un mosaico de luchadoras que ilustra la capacidad de transgresión y el compromiso con la libertad en un país convulsionado por miedos, trabas y serias dificultades para el género femenino.

Has dedicado varios trabajos a recuperar autoras y mujeres comprometidas con la historia y la política. Dan cuenta de ello algunos de tus libros: Mujeres de la posguerra, de Carmen Laforet a Rosa Chacel, historia de una generación (2002), La roja y la falangista, dos perfiles de la España del 36 (2006) y El exilio interior: la vida de María Moliner (2011), que fue reeditado en 2018. ¿Por qué titulaste la biografía de Moliner “El exilio interior”?

- María Moliner pertenecía a la brillante generación de las españolas de los años treinta, la minoría de universitarias e intelectuales que despuntó o se afianzó durante la Segunda República. No marchó al exilio tras la Guerra Civil, pero lo vivió en el interior, adaptándose a la nueva situación sin claudicar de sus convicciones íntimas. La decisión de hacer un Diccionario fue una forma de rebeldía y de romper el ostracismo de los vencidos. Y también la oportunidad de sacar todo el potencial lexicográfico que había atesorado.


Esta biografía de Moliner, más que una obra sobre el proceso de creación del Diccionario, es fundamentalmente el primer trabajo de largo aliento sobre una mujer que vio frustradas sus ilusiones y proyectos al finalizar la Guerra Civil española. ¿Fue la suya una vida de postergaciones?

- Sí, incluso en la primera parte de su vida, cuando fue una universitaria y una bibliotecaria reconocida (sobre todo en su etapa valenciana, en la que colaboró con las Misiones Pedagógicas y puso en práctica sus ideales de difundir la lectura y combatir el analfabetismo) arrostró dificultades. Económicas en su juventud, profesionales luego, ya que sus superiores no siempre reconocieron su mérito, aunque ella se buscara sus propias salidas. No fue una triunfadora, aunque el balance final fuera de éxito. Tendía a ser discreta y no brillaba siempre como merecía. Pero era consciente de lo que sabía y abordó el Diccionario con seguridad, con fuerza.

¿Qué pretendía Moliner con este diccionario que tantos años y trabajo solitario le llevó?

- En un principio hacer un Diccionario práctico que ayudara a los estudiantes extranjeros a usar el castellano y a facilitar a los propios hablantes un mejor manejo de nuestra lengua. Pero se apasionó y se adentró en el mundo de las palabras y creó un diccionario de autor: definió de nueva planta palabras obsoletas del Diccionario de la Real Academia Española, con cuyas diferentes ediciones trabajaba delante, creó un sistema de familias afines, lo acompañó de acepciones y sinónimos y ofreció al hablante (y al escritor o traductor) ir de la idea al vocablo y de este a la idea. Configuró una visión de la lengua y del mundo. Empezó en 1951 y tardó quince años en terminarlo. Una proeza que la transformó a ella misma.

¿Por qué fue víctima de una serie de represalias? Entre otras, no permitirle la entrada en la Real Academia de la Lengua.

- El mundo académico asistió con asombro a la publicación del Diccionario de Uso del español. La consideraban una outsider, casi una aficionada y aunque apreciaron su esfuerzo, se le escatimó el reconocimiento. Moliner era licenciada en Historia (en Zaragoza no había la especialidad de Filología cuando estudió), pero asistió a Seminarios relacionados con la lengua e incluso trabajó en los años universitarios en el Estudio de Filología de Aragón, luego sí tenía herramientas lexicográficas. Algo que se desconocía, porque ella se lo calló, ya que fue un trabajo alimentario. La Real Academia Española era un reducto masculino que iba rezagada de la Historia y que se había negado a que Emilia Pardo Bazán y otras mujeres relevantes entraran. Moliner tenía bazas a su favor (su obra) para ser la primera en abrir el cerco, y dos escollos: era mujer y muchos académicos la consideraban una bibliotecaria metida a lexicógrafa. En 1972 se presentó su candidatura, y no fue elegida. Algo que con la perspectiva de hoy no fue grave para ella: su figura ha seguido creciendo.

¿Llegó a disfrutar en vida de algún reconocimiento?

- Los medios de comunicación y las mujeres de la cultura vieron en su Diccionario y su figura, en pleno páramo cultural franquista, un símbolo de cambio y le dieron la bienvenida. Los hispanistas y académicos latinoamericanos fueron los primeros en aplaudir su obra, mientras parte de los de la Real Academia Española se mantenían recalcitrantes. Así que Moliner sí supo que su Diccionario “era algo único” y se sintió orgullosa. De hecho, siguió buscando palabras para añadirlas a una segunda edición que no pudo ya culminar.


En esa conquista hacia la modernidad, en los distintos períodos de un siglo XX convulsionado por guerras, persecuciones y descomposición social, existieron mujeres que se fueron abriendo camino como abogadas, políticas, luchadoras feministas, fotógrafas, pintoras, escritoras, etc. Entre ellas, las dieciséis mujeres que presentas en tu libro
Inspiración y talento. ¿Por qué esas y no otras? ¿Son para ti las más transgresoras?

- Las dieciséis que aparecen en el libro son representativas del siglo XX, y transgresoras en su tiempo. Sus biografías suponen un recorrido indirecto por la historia del siglo XX en España, pero con conexiones con el resto de Europa y América. Clara Campoamor, María Teresa León y Elena Fortún se exiliaron en la Argentina, Margarita Nelken en México, Victoria Kent en París, México y Nueva York. Figuran, además, tres fotógrafas extranjeras vinculadas a España que representan la mirada exterior: Gerda Taro (que perdió la vida de forma accidental en la retirada de la batalla de Brunete), Dora Maar, vinculada a la creación del Guernica de Picasso, y Tina Modotti, que vivió la Guerra Civil en la retaguardia como agente de Socorro Rojo Internacional. Es una selección personal y podrían estar otras más. No están María Moliner por haberle dedicado ya una biografía, o María Zambrano (sobre la que escribí en Mujeres de la posguerra), una pensadora difícil de sintetizar en una obra coral, ni figuras emblemáticas como Federica Montseny o Dolores Ibárruri, muy estudiadas. La intención de escribir Inspiración y talento. Dieciséis mujeres del siglo XX es ofrecer una conexión histórica entre mujeres diferentes y visibilizar su excelencia, no siempre valorada. Con la dificultad que supone, siendo dieciséis, recorrer a fondo sus vidas, a veces sin pormenorizar, pero interpretando lo esencial.

Entre las precursoras españolas, encontramos en tu libro a Carmen de Burgos y Sofía Casanova. ¿Qué destacarías, en pocas palabras, como lo más valioso de cada una en cuanto a la labor que desempeñaron y a sus aportes como pioneras de una nueva manera de ser mujer y profesional?

- Carmen de Burgos, Colombine, además de adelantada fue una librepensadora y una feminista avant la lettre. Muchas de sus reivindicaciones fueron defendidas por Clara Campoamor. Sofía Casanova fue la segunda corresponsal de guerra española (la primera fue Carmen de Burgos) y su vida entre España y Polonia (la patria de su marido) y, por extensión, la Europa del Este, es extraordinaria. Vivió a caballo del siglo XIX y XX, y era conservadora de ideas y moderna en lo que hacía: pocas mujeres de su época pudieron optar a vivir tantas aventuras y desventuras como ella, y contarlas.

Ninguna de las dos encontró su hogar definitivo. ¿De ahí los viajes de Carmen por Europa y América y los de Sofía como reportera en la Gran Guerra?

- Carmen de Burgos era una enamorada del viaje y necesitaba salir del escenario profesional habitual, donde trabajaba a fondo como articulista, profesora y agitadora cultural. La gallega Sofía Casanova, poeta en sus inicios, transitó por Europa central y Rusia tras su matrimonio, vivió en primera persona la Primera Guerra Mundial y llegó a entrevistar a Trotski.


Casi todas las mujeres que aparecen biografiadas en tu libro tuvieron relaciones matrimoniales conflictivas. Algunas prefirieron la soltería. Pero una gran parte de ellas fueron esposas y madres. ¿Esta condición familiar resultó un impedimento para el desarrollo de sus vocaciones y sueños?

- La mayoría de estas mujeres son escritoras o políticas (aunque hay también una cineasta y tres fotógrafas) y pagaron un precio alto por sacar adelante su obra o vivir su vida. Unas más que otras. No todas han tenido amores conflictivos, aunque sí poco convencionales. Carmen de Burgos, después de un matrimonio desgraciado, tuvo una larga relación con Ramón Gómez de la Serna, veinte años menor que ella. El matrimonio de Sofía Casanova con un noble polaco fue desgraciado, pero la llevó a vivir acontecimientos impensables y hasta hacer de Polonia su segunda patria. María Teresa León sí vivió un gran amor con Alberti, aunque no durara hasta el final. Hay de todo, y desde luego casarse en el primer tercio del siglo XX y luego en la España franquista implicaba trabas para la propia creación.

El matrimonio y la maternidad o las relaciones de convivencia parecen haber frustrado los sueños de Tina Modotti como fotógrafa y de Carmen Laforet como escritora. Ambas desistieron de una vocación que se les daba bien y con la que habían logrado éxito. ¿Qué pasó en un caso y en el otro?

- Son dos casos muy diferentes. Tina Modotti (italiana emigrada a Estados Unidos y luego afincada en México) descubrió la fotografía casi por azar y fue devorada por la política. En México encontró su lugar como fotógrafa, pero fue atrapada por la militancia comunista y expulsada del país. A partir de ahí, su carrera se esfuma: trata de asentarse en Berlín, pero no puede vivir del arte y sale en su rescate su compatriota Vittorio Vidali, que le propone trasladarse a Moscú e integrarse en Socorro Rojo Internacional. Acepta y su vida da un vuelco. Pasa a ser espía y a tener diferentes identidades. Es el fin de la fotógrafa. Su obra, escasa, es hoy muy valorada, y si apareciera alguna foto nueva sería una gran noticia. Poco que ver con Carmen Laforet, que, tras ese prodigio de escribir Nada a los 24 años, eligió casarse y ser madre de cinco hijos, a la vez que seguía su camino de escritora. Laforet se enfrentó a dos gigantes: el peso de su primera obra, que siempre salía a relucir cuando publicaba otras novelas, y las dificultades de conciliar su oficio con su papel de madre y esposa. Aunque no fue una casada convencional, el matrimonio le pasó factura. La relación con su marido (crítico y periodista) sufrió un desgaste y en 1970 se separaron (no de forma legal, porque no existía el divorcio). Ella quería recobrar su libertad y él se la concedió, pero exigió que no utilizara su convivencia en común como elemento de ficción en su obra futura.

¿Qué opinión te merece el abandono de la labor creativa?

- En mi opinión, aunque Carmen Laforet se apartara de la escritura en su madurez, su obra es suficiente: cuatro novelas, más una quinta póstuma, varias novelas cortas y relatos, epistolarios, libros de viajes, y un sinfín de artículos en diferentes publicaciones. Desde los años cuarenta en que ganó el primer Nadal con Nada hasta los setenta estuvo en activo. No dejó de escribir hasta que una progresiva enfermedad se mezcló con lo que ella llamaba su “grafofobia”. En sus últimos años, junto a un envejecimiento físico en parte prematuro, resurgió en ella el sueño adolescente de viajar, su faceta nómada, lo que la llevó a encadenar proyectos que no cuajaban. Rompía mucho de lo que escribía, lo que muestra su alta exigencia y su posible inseguridad. Otro aspecto de Laforet es que, para desmentir el carácter autobiográfico que le atribuían en Nada, se empeñó en abandonar sus vivencias en busca de otras vías narrativas, y esta decisión pudo ser un error.


¿El gran mérito de la abogada y parlamentaria Clara Campoamor fue lograr el voto femenino el 1 de octubre de 1931?

- Sin duda, aunque también contribuyó a sacar adelante otras leyes, como la del divorcio. Era una destacada abogada que desplegó mucha actividad en asociaciones para mejorar la situación de la mujer y en foros feministas internacionales. Fue una política visionaria que supo conectar con las mujeres más adelantadas. El derecho al voto era una aspiración republicana que aparecía en el primer borrador de la Constitución, pero al llegar el momento muchos partidos se echaron atrás por considerar que la mujer, sobre todo rural, donde había altas tasas de analfabetismo, no tenía formación política y podía ser influida por el marido o el confesor. Campoamor defendió que ejercer sus derechos le ayudaría a emanciparse. Pero la aprobación del voto femenino no fue solo un logro de Campoamor o de las derechas (que lo apoyaron por pensar que les favorecería). El partido mayoritario de izquierdas, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), votó a favor, aunque algunos de sus diputados se ausentaran de la votación por estar en contra. Los reticentes fueron varios grupos republicanos, entre ellos el propio partido de Campoamor y el Partido Radical Socialista, del que era diputada Victoria Kent. Esta defendió el aplazamiento del sufragio, aunque íntimamente estuviera a favor. Se sentía republicana y velaba por la consolidación de la República. Campoamor también lo era, pero actuó como feminista y apostó por los principios.

Entre las políticas de la Segunda República, destacó Margarita Nelken que, en un momento determinado -dicen algunos, no sé qué opinas tú- y con el nombre en clave de Amor, actuó para los servicios secretos soviéticos. Nelken, erudita y crítica de arte, diputada socialista elegida en 1931, 1933 y 1936, ¿fue también espía?

- No consta, y era transparente en sus juicios, no la imagino llevando una doble vida. Margarita era una gran especialista en arte que se sintió concernida por la miseria de los campesinos y la situación de la mujer y se fue radicalizando. Del PSOE se pasó al Partido Comunista de España durante la Guerra Civil. Como descendiente de padres judíos fue muy sensible al ascenso nazi en Alemania y al avance del fascismo. Fue una luchadora tenaz contra cualquier injusticia y una comunista convencida en los años previos a su exilio. Perdió a su hijo, alistado en el Ejército ruso durante la Segunda Guerra Mundial, y sufrió otras desgracias personales. Cometió el error también de hacerse amiga de Ramón Mercader, el asesino de Trotski, lo que la salpicó. Al final fue el arte y su labor de crítica lo que le permitió sobrevivir en México.


Entre las modernas y sin sombrero, podría haber brillado la escritora y luchadora comunista María Teresa León, una mujer que había sufrido de niña los cambios de destino de un padre militar y las “manos largas” de algunos chicos, como ella misma cuenta en su magnífico libro
Memoria de la melancolía. Sin embargo, parece haber quedado a la sombra de su pareja de muchos años, el poeta Rafael Alberti. ¿Esa relación ensombreció su camino?

- Memoria de la melancolía, escrito en la madurez, con los recuerdos a punto de desvanecerse, es un libro excelente. La relación con Alberti en sí no ensombreció su camino, sobre todo de jóvenes. Lo que la dejó en segundo plano fue que él fuera más reconocido y que publicara más y la brecha que supuso la Guerra Civil y el exilio. Partieron de cero en la Argentina y ella se esforzó en aportar ingresos y organizar la intendencia familiar. Su militancia comunista también la llevó a escribir obras de tesis y eso lastró su imagen de creadora.

Elena Fortún, autora de Celia, libro con el que alcanzó un gran éxito, fue otra casada insatisfecha. Comenzó la saga en 1928 (Celia en el colegio, Celia y sus amigos, Celia novelista, Celia madrecita) y también, entre otras obras, escribió dos novelas con vivencias lésbicas, El pensionado de Santa Casilda (inédita todavía) y Oculto sendero, rescatada de forma póstuma. En ambas, representa una zona del deseo o del erotismo poco frecuentado en la literatura femenina de la época. Su obra y su vida me recuerdan, en muchos aspectos, a la gran Colette, la autora francesa, que escribió Claudine en la escuela, Claudine en París, Claudine casada, Claudine se va, Claudine y Annie, etcétera. ¿Elena fue una adelantada como Colette, que “dio la campanada”, como tú dices?

- Elena Fortún (o Encarnación Aragoneses, su verdadero nombre) fue una escritora tardía, estando ya casada y habiendo sido madre. En pocos años alcanzó un éxito formidable con el personaje de Celia. En el Lyceum Club conoció a mujeres interesantes y descubrió la complicidad de la amistad femenina frente a la tormentosa relación que atravesaba con su marido, que llegó a tener celos de su éxito literario. En su red de amigas había algunas de tendencia lésbica como Victorina Durán o Matilde Ras, con quien tuvo una amistad amorosa, además de otras que siendo heterosexuales se encontraban más cómodas hablando de sus proyectos entre mujeres que con sus maridos o amantes, imbuidos aún de machismo. En Oculto sendero se atisba cierta carga autobiográfica: a partir de la frustración matrimonial, la protagonista descubre su bisexualidad, pero desde el sentimiento y el deseo, sin llegar a la relación física. Al igual que ella, Elena Fortún encadenó varias amistades íntimas, la última con la argentina Inés Field, con quien compartía una vuelta a la espiritualidad y la religión, sin separarse de su marido.

En el caso de Dora Maar (una de las tres fotógrafas extranjeras que introduces en el libro), su retiro de la vida artística se da muy pronto, a los 40 años, y vive hasta los 90. Pasa de ser una mujer independiente y liberada al retiro casi absoluto. Da un vuelco grande hacia el catolicismo y la espiritualidad. No quiere ver a nadie y se encierra. ¿Fue hastío por el mundo artístico y cultural que tanto había frecuentado, o, como dijo la propia Dora, “después de Picasso, solo Dios”?

- Ambas cosas. Cuando conoció a Picasso, Dora Maar era ya una fotógrafa surrealista conocida, con una trayectoria cosmopolita (se había criado en Argentina, donde su padre trabajó varios años como arquitecto antes de volver a Francia, el país de origen de su madre). En París se había formado como pintora y fotógrafa, se había hecho un nombre, y había tenido otras relaciones, con Georges Bataille, por ejemplo, y se encontraba en pleno furor surrealista. Amiga de Breton, había firmado el manifiesto Appel à la lutte, lo que prueba un compromiso social explícito. Creyó que su relación con Picasso, un reto importante, sería la culminación de una etapa vital, pero fue un paréntesis. Mientras duró, ella, quizás influida por él, fue abandonando la fotografía, que dominaba, por la pintura, donde era aprendiz. La ruptura con Picasso fue cruel, la desestabilizó y le costó sobreponerse y encarrilar su carrera después de la Segunda Guerra Mundial. Solía decir que el mercado del arte, dominado por la publicidad, no era nada comparado con el esplendor que ella vivió de joven. De ahí su extraño encierro en vida.


Otras tres mujeres representan ese paso que va de la posguerra a la transición española: Carmen Laforet, Pilar Miró y Carmen Díez de Rivera. ¿Fue Pilar Miró una cineasta de las mil batallas? Cuando empezó a trabajar en televisión, dijo: “Si hay que actuar como un hombre, seré un hombre”. ¿Fue la manera que tuvo de abrirse paso y hacerse respetar en un medio que no estaba acostumbrado a recibir órdenes de una mujer?

- Pilar Miró era muy contradictoria en lo personal y muy decidida en lo profesional. Vivió los cambios culturales de los sesenta en su propia carne y durante el franquismo, así que pocas mujeres de su generación llegaron tan lejos ni estuvieron dispuestas a pagar el precio de actuar como un hombre para conseguir sus metas. Ella representaba la excepción. No necesitó apoyarse en el feminismo, sino en un puro instinto de supervivencia.

Hay un acontecimiento que hace cambiar la vida de la joven Carmen Díez de Rivera. Enterarse de que era hija biológica de Serrano Suñer, cuñado de Franco y destacado político de la dictadura. Y se entera, porque debía cortar el romance que mantenía, sin saberlo, con quien era su medio hermano. El ocultamiento de su familia, la mentira o la hipocresía de una sociedad envuelta en una nube tóxica, fomenta su transformación. Pasa de ser solo una “niña bien” a convertirse en una joven culta, sensible, solidaria. Pero su alquimia no se queda ahí. ¿Cómo fue el proceso de conversión hacia el socialismo o, más aún, hacia un ecosocialismo?

- Ese secreto familiar, que no había tenido hasta entonces consecuencias tratándose de una familia de alcurnia, le estalló cuando se enamoró de un hijo de Serrano Suñer (formaban parte del mismo ambiente social) y un familiar tuvo que revelarle que era un amor imposible. A partir de ahí, Carmen Díez de Rivera se aleja del escenario familiar para vivir el duelo por la pérdida de ese primer amor y trata de romper con su pasado para sobrevivir. Sus estancias en París y otras capitales europeas le abren los ojos; a raíz de un curso en la Sorbona se acerca a Sartre y sus ideas se reformulan. Si en sus años juveniles se movía en un ambiente tradicional y conservador, se despoja de antiguos prejuicios y se identifica con la democracia europea. Tras un curso de cooperante en África, vuelve y trabaja para Adolfo Suárez siendo este director general de Radio Televisión Española. Al iniciarse la Transición democrática, con Suárez como presidente del Ejecutivo, Díez de Rivera se convierte en su jefa de Gabinete. Con sus consejos, sus contactos con la prensa extranjera, gracias a sus varios idiomas y su mente analítica, Carmen ayuda a dar credibilidad en el exterior a la incipiente democracia española. Más tarde se aleja políticamente de su jefe, Suárez, y se acerca a la socialdemocracia. Como eurodiputada del grupo socialista, en Europa se volcó en la Comisión de Medio Ambiente y defendió con tenacidad planteamientos verdes y ecologistas en una época en que solo una figura quijotesca como Díez de Rivera se atrevía a reivindicar.

Quienes conforman el tránsito hacia la modernidad son, en tu libro, Montserrat Roig, Carmen Alborch y Soledad Puértolas. ¿Cuáles fueron los signos de distinción de estas tres mujeres que, con enorme claridad, se vieron y actuaron como sujetos de la historia, con voz propia e indeclinable?

- La escritora Montserrat Roig y Carmen Alborch (que logró ser la primera decana de Derecho de la Universidad de Valencia antes de pasarse a la gestión cultural y a la política) fueron hijas del 68 y del feminismo. Ambas pertenecieron al Sindicato Democrático de Estudiantes de sus respectivas universidades, la opción clandestina y opositora al Sindicato estudiantil franquista. El ambiente contestatario de Universidad de los sesenta cambió su mirada sobre la realidad. Fueron mujeres conscientes de sus derechos y de su capacidad de transformar la sociedad. Fue ese compromiso con lo público lo que le llevó a Carmen Alborch a dejar su prometedora trayectoria académica en Derecho Mercantil para gestionar la cultura valenciana y pasar luego a ser ministra de Cultura. Moderna, transgresora, libre, Alborch es un prototipo de mujer completamente distinta a la de la generación de su madre. Por su parte, Soledad Puértolas también dejó atrás sus estudios de Políticas por ser delegada de curso y abrírsele un expediente que la expulsó de la Universidad. Aunque posteriormente no ha tenido un perfil político, en 1971, recién casada, decidió marcharse con su marido unos años a Estados Unidos. Él contaba con una beca y ella se matriculó en la universidad de California, el centro de la modernidad entonces. Estudió Lengua y literatura española y portuguesa con el exiliado y erudito Arturo Serrano Plaja y tuvo allí a su primer hijo. Volvió a España con otra visión y otros mimbres literarios. Como narradora, Puértolas parece a veces una escritora extranjera en su propio país. No se parece en nada a los escritores de posguerra ni a la generación de los cincuenta o los sesenta. Su escritura no es reivindicativa ni efectista, ni experimental, sino sutil, intimista. Desde 2010 es académica de la Real Academia (RAE). Así que Puertólas, que todavía vive y crea, cierra el círculo de este libro en dos aspectos: por un lado, el exiliado Arturo Serrano Plaja, coetáneo de María Teresa León, Clara Campoamor o Elena Fortún, fue su mentor literario, por otro, pertenece a la minoría de mujeres que desde 1978 ha entrado en la RAE, algo inalcanzable décadas atrás. Y es que la historia establece conexiones inesperadas.