Entrevista con Inmaculada de la Fuente
Por Reina Roffé
Inmaculada de la Fuente |
Escritora y periodista, la madrileña Inmaculada de la Fuente es licenciada en Historia Moderna y Contemporánea y escribió durante un largo periodo en el diario El País. En 1985 obtuvo el premio nacional de Periodismo en la modalidad de Reportajes y Artículos literarios. En la actualidad, colabora en varios medios, especialmente en la Revista de Occidente y en Clarín. Aunque también es narradora, ha dedicado buena parte de su trabajo al ensayo. En 2011 dio a conocer El Exilio interior. La Vida de María Moliner (editorial Turner) y con anterioridad Mujeres de la Posguerra. De Carmen Laforet a Rosa Chacel, historia de una generación (Planeta, 2002 y Sílex 2017) y La roja y la falangista. Dos hermanas en la España del 36 (Planeta, 2006). Además, en 2015, la recopilación de semblanzas de mujeres de los años treinta de la pasada centuria, Las republicanas “burguesas”. Su última obra publicada, Inspiración y talento. Dieciséis mujeres del siglo XX (Punto de Vista Editores, 2020), presenta un recorrido por la historia española a través de las biografías de grandes protagonistas del periodo republicano como Clara Campoamor, María Teresa León o Elena Fortún, de la posguerra, como Carmen Laforet, y la Transición y la modernidad: Pilar Miró, Carmen Díez de Rivera, Montserrat Roig y Carmen Alborch, entre otras. Todas ellas, políticas, feministas, artistas y aristócratas, componen un mosaico de luchadoras que ilustra la capacidad de transgresión y el compromiso con la libertad en un país convulsionado por miedos, trabas y serias dificultades para el género femenino.
Has dedicado varios
trabajos a recuperar autoras y mujeres comprometidas con la historia y la
política. Dan cuenta de ello algunos de tus libros: Mujeres de la posguerra, de Carmen
Laforet a Rosa Chacel, historia de una generación (2002), La roja y la falangista, dos perfiles de la España del 36 (2006) y El exilio interior: la vida
de María Moliner (2011), que fue
reeditado en 2018. ¿Por qué titulaste la biografía de Moliner “El exilio
interior”?
- María Moliner pertenecía a la brillante
generación de las españolas de los años treinta, la minoría de universitarias e
intelectuales que despuntó o se afianzó durante la Segunda República. No marchó
al exilio tras la Guerra Civil, pero lo vivió en el interior, adaptándose a la
nueva situación sin claudicar de sus convicciones íntimas. La decisión de hacer
un Diccionario fue una forma de rebeldía y de romper el ostracismo de los
vencidos. Y también la oportunidad de sacar todo el potencial lexicográfico que
había atesorado.
Esta biografía de Moliner, más que una obra sobre el proceso de creación del Diccionario, es fundamentalmente el primer trabajo de largo aliento sobre una mujer que vio frustradas sus ilusiones y proyectos al finalizar la Guerra Civil española. ¿Fue la suya una vida de postergaciones?
- Sí, incluso en la primera parte de su vida,
cuando fue una universitaria y una bibliotecaria reconocida (sobre todo en su
etapa valenciana, en la que colaboró con las Misiones Pedagógicas y puso en
práctica sus ideales de difundir la lectura y combatir el analfabetismo)
arrostró dificultades. Económicas en su juventud, profesionales luego, ya que
sus superiores no siempre reconocieron su mérito, aunque ella se buscara sus
propias salidas. No fue una triunfadora, aunque el balance final fuera de
éxito. Tendía a ser discreta y no brillaba siempre como merecía. Pero era
consciente de lo que sabía y abordó el Diccionario con seguridad, con fuerza.
¿Qué pretendía Moliner
con este diccionario que tantos años y trabajo solitario le llevó?
- En un principio hacer un Diccionario práctico
que ayudara a los estudiantes extranjeros
a usar el castellano y a facilitar a los propios hablantes un mejor manejo de nuestra lengua. Pero se apasionó
y se adentró en el mundo de las palabras
y creó un diccionario de autor: definió de nueva planta palabras obsoletas del Diccionario de la Real
Academia Española, con cuyas diferentes ediciones
trabajaba delante, creó un sistema de familias afines, lo acompañó de acepciones y sinónimos y ofreció al
hablante (y al escritor o traductor) ir de la idea al vocablo y de este a la idea. Configuró una visión de la lengua
y del mundo. Empezó en 1951 y tardó
quince años en terminarlo. Una proeza que la transformó a ella misma.
¿Por qué fue víctima
de una serie de represalias? Entre otras, no permitirle la entrada en la Real
Academia de la Lengua.
- El mundo académico asistió con asombro a la
publicación del Diccionario de Uso del
español. La consideraban una outsider, casi una aficionada y aunque apreciaron
su esfuerzo, se le escatimó el reconocimiento. Moliner era licenciada en
Historia (en Zaragoza no había la especialidad de Filología cuando estudió), pero
asistió a Seminarios relacionados con la lengua e incluso trabajó en los años universitarios
en el Estudio de Filología de Aragón, luego sí tenía herramientas lexicográficas.
Algo que se desconocía, porque ella se lo calló, ya que fue un trabajo alimentario.
La Real Academia Española era un reducto masculino que iba rezagada de la
Historia y que se había negado a que Emilia Pardo Bazán y otras mujeres
relevantes entraran. Moliner tenía bazas a su favor (su obra) para ser la primera
en abrir el cerco, y dos escollos: era mujer y muchos académicos la consideraban
una bibliotecaria metida a lexicógrafa. En 1972 se presentó su candidatura, y
no fue elegida. Algo que con la perspectiva de hoy no fue grave para ella: su
figura ha seguido creciendo.
¿Llegó a disfrutar en
vida de algún reconocimiento?
- Los medios de comunicación y las mujeres de
la cultura vieron en su Diccionario y
su figura, en pleno páramo cultural franquista, un símbolo de cambio y le
dieron la bienvenida. Los
hispanistas y académicos latinoamericanos fueron los primeros en aplaudir su obra, mientras parte de
los de la Real Academia Española se mantenían
recalcitrantes. Así que Moliner sí supo que su Diccionario “era algo único” y se sintió orgullosa. De
hecho, siguió buscando palabras para añadirlas a una segunda edición que no pudo ya culminar.
En esa conquista hacia la modernidad, en los distintos períodos de un siglo XX convulsionado por guerras, persecuciones y descomposición social, existieron mujeres que se fueron abriendo camino como abogadas, políticas, luchadoras feministas, fotógrafas, pintoras, escritoras, etc. Entre ellas, las dieciséis mujeres que presentas en tu libro Inspiración y talento. ¿Por qué esas y no otras? ¿Son para ti las más transgresoras?
- Las dieciséis que aparecen en el libro son
representativas del siglo XX, y transgresoras en su tiempo. Sus biografías
suponen un recorrido indirecto por la historia del siglo XX en España, pero con
conexiones con el resto de Europa y América. Clara Campoamor, María Teresa León
y Elena Fortún se exiliaron en la Argentina, Margarita Nelken en México,
Victoria Kent en París, México y Nueva York. Figuran, además, tres fotógrafas
extranjeras vinculadas a España que representan la mirada exterior: Gerda Taro
(que perdió la vida de forma accidental en la retirada de la batalla de Brunete),
Dora Maar, vinculada a la creación del Guernica de Picasso, y Tina Modotti, que
vivió la Guerra Civil en la retaguardia como agente de Socorro Rojo Internacional.
Es una selección personal y podrían estar otras más. No están María Moliner por
haberle dedicado ya una biografía, o María Zambrano (sobre la que escribí en Mujeres de la posguerra), una pensadora
difícil de sintetizar en una obra coral, ni figuras emblemáticas como Federica
Montseny o Dolores Ibárruri, muy estudiadas. La intención de escribir Inspiración y talento. Dieciséis mujeres
del siglo XX es ofrecer una conexión histórica entre mujeres diferentes y
visibilizar su excelencia, no siempre valorada. Con la dificultad que supone,
siendo dieciséis, recorrer a fondo sus vidas, a veces sin pormenorizar, pero
interpretando lo esencial.
Entre las precursoras
españolas, encontramos en tu libro a Carmen de Burgos y Sofía Casanova. ¿Qué
destacarías, en pocas palabras, como lo más valioso de cada una en cuanto a la
labor que desempeñaron y a sus aportes como pioneras de una nueva manera de ser
mujer y profesional?
- Carmen de Burgos, Colombine, además de adelantada fue una librepensadora y una
feminista avant la lettre. Muchas de
sus reivindicaciones fueron defendidas por Clara Campoamor. Sofía Casanova fue
la segunda corresponsal de guerra española (la primera fue Carmen de Burgos) y
su vida entre España y Polonia (la patria de su marido) y, por extensión, la
Europa del Este, es extraordinaria. Vivió a caballo del siglo XIX y XX, y era
conservadora de ideas y moderna en lo que hacía: pocas mujeres de su época
pudieron optar a vivir tantas aventuras y desventuras como ella, y contarlas.
Ninguna de las dos
encontró su hogar definitivo. ¿De ahí los viajes de Carmen por Europa y América
y los de Sofía como reportera en la Gran Guerra?
- Carmen de Burgos era una enamorada
del viaje y necesitaba salir del escenario
profesional habitual, donde trabajaba a fondo como articulista, profesora y agitadora cultural. La gallega Sofía
Casanova, poeta en sus inicios, transitó por Europa central y Rusia tras su matrimonio, vivió en primera
persona la Primera Guerra Mundial y
llegó a entrevistar a Trotski.
Casi todas las mujeres que aparecen biografiadas en tu libro tuvieron relaciones matrimoniales conflictivas. Algunas prefirieron la soltería. Pero una gran parte de ellas fueron esposas y madres. ¿Esta condición familiar resultó un impedimento para el desarrollo de sus vocaciones y sueños?
- La mayoría de estas mujeres son escritoras o
políticas (aunque hay también una cineasta y tres fotógrafas) y pagaron un
precio alto por sacar adelante su obra o vivir su vida. Unas más que otras. No
todas han tenido amores conflictivos, aunque sí poco convencionales. Carmen de
Burgos, después de un matrimonio desgraciado, tuvo una larga relación con Ramón
Gómez de la Serna, veinte años menor que ella. El matrimonio de Sofía Casanova
con un noble polaco fue desgraciado, pero la llevó a vivir acontecimientos
impensables y hasta hacer de Polonia su segunda patria. María Teresa León sí vivió
un gran amor con Alberti, aunque no durara hasta el final. Hay de todo, y desde
luego casarse en el primer tercio del siglo XX y luego en la España franquista
implicaba trabas para la propia creación.
El matrimonio y la
maternidad o las relaciones de convivencia parecen haber frustrado los sueños
de Tina Modotti como fotógrafa y de Carmen Laforet como escritora. Ambas
desistieron de una vocación que se les daba bien y con la que habían logrado
éxito. ¿Qué pasó en un caso y en el otro?
- Son
dos casos muy diferentes. Tina Modotti (italiana emigrada a Estados Unidos y luego afincada en México) descubrió
la fotografía casi por azar y fue devorada
por la política. En México encontró su lugar como fotógrafa, pero fue
atrapada por la militancia comunista
y expulsada del país. A partir de ahí, su carrera se esfuma: trata de asentarse en Berlín, pero no puede vivir del arte
y sale en su rescate su compatriota
Vittorio Vidali, que le propone trasladarse a Moscú e integrarse en Socorro Rojo Internacional. Acepta y su vida da un
vuelco. Pasa a ser espía y a tener
diferentes identidades. Es el fin de la fotógrafa. Su obra, escasa, es hoy muy valorada, y si apareciera alguna foto nueva
sería una gran noticia. Poco que ver
con Carmen Laforet, que, tras ese prodigio de escribir Nada a los 24 años, eligió casarse y ser madre de cinco hijos, a la
vez que seguía su camino de
escritora. Laforet se enfrentó a dos gigantes: el peso de su primera obra, que siempre salía a relucir
cuando publicaba otras novelas, y las dificultades
de conciliar su oficio con su papel de madre y esposa. Aunque no fue una casada convencional, el matrimonio
le pasó factura. La relación con su marido
(crítico y periodista) sufrió un desgaste y en 1970 se separaron (no de forma legal, porque no existía el
divorcio). Ella quería recobrar su libertad y él se la concedió, pero exigió que no utilizara su convivencia en común
como elemento de ficción en su obra
futura.
¿Qué opinión te merece
el abandono de la labor creativa?
- En mi opinión, aunque Carmen Laforet se
apartara de la escritura en su madurez, su obra es suficiente: cuatro novelas,
más una quinta póstuma, varias novelas cortas y relatos, epistolarios, libros
de viajes, y un sinfín de artículos en diferentes publicaciones. Desde los años
cuarenta en que ganó el primer Nadal con Nada
hasta los setenta estuvo en activo. No dejó de escribir hasta que una progresiva
enfermedad se mezcló con lo que ella llamaba su “grafofobia”. En sus últimos
años, junto a un envejecimiento físico en parte prematuro, resurgió en ella el
sueño adolescente de viajar, su faceta nómada, lo que la llevó a encadenar proyectos
que no cuajaban. Rompía mucho de lo que escribía, lo que muestra su alta exigencia
y su posible inseguridad. Otro aspecto de Laforet es que, para desmentir el
carácter autobiográfico que le atribuían en Nada, se empeñó en abandonar sus vivencias en busca de otras vías narrativas,
y esta decisión pudo ser un error.
¿El gran mérito de la abogada y parlamentaria Clara Campoamor fue lograr el voto femenino el 1 de octubre de 1931?
- Sin duda, aunque también contribuyó a sacar
adelante otras leyes, como la del divorcio. Era una destacada abogada que
desplegó mucha actividad en asociaciones para mejorar la situación de la mujer
y en foros feministas internacionales. Fue una política visionaria que supo
conectar con las mujeres más adelantadas. El derecho al voto era una aspiración
republicana que aparecía en el primer borrador de la Constitución, pero al
llegar el momento muchos partidos se echaron atrás por considerar que la mujer,
sobre todo rural, donde había altas tasas de analfabetismo, no tenía formación
política y podía ser influida por el marido o el confesor. Campoamor defendió
que ejercer sus derechos le ayudaría a emanciparse. Pero la aprobación del voto
femenino no fue solo un logro de Campoamor o de las derechas (que lo apoyaron
por pensar que les favorecería). El partido mayoritario de izquierdas, el
Partido Socialista Obrero Español (PSOE), votó a favor, aunque algunos de sus
diputados se ausentaran de la votación por estar en contra. Los reticentes fueron
varios grupos republicanos, entre ellos el propio partido de Campoamor y el
Partido Radical Socialista, del que era diputada Victoria Kent. Esta defendió
el aplazamiento del sufragio, aunque íntimamente estuviera a favor. Se sentía
republicana y velaba por la consolidación de la República. Campoamor también lo
era, pero actuó como feminista y apostó por los principios.
Entre las políticas de
la Segunda República, destacó Margarita Nelken que, en un momento determinado
-dicen algunos, no sé qué opinas tú- y con el nombre en clave de Amor, actuó
para los servicios secretos soviéticos. Nelken, erudita y crítica de arte,
diputada socialista elegida en 1931, 1933 y 1936, ¿fue también espía?
- No consta, y era transparente en sus juicios,
no la imagino llevando una doble vida. Margarita era una gran especialista en
arte que se sintió concernida por la miseria de los campesinos y la situación
de la mujer y se fue radicalizando. Del PSOE se pasó al Partido Comunista de
España durante la Guerra Civil. Como descendiente de padres judíos fue muy
sensible al ascenso nazi en Alemania y al avance del fascismo. Fue una
luchadora tenaz contra cualquier injusticia y una comunista convencida en los
años previos a su exilio. Perdió a su hijo, alistado en el Ejército ruso
durante la Segunda Guerra Mundial, y sufrió otras desgracias personales.
Cometió el error también de hacerse amiga de Ramón Mercader, el asesino de
Trotski, lo que la salpicó. Al final fue el arte y su labor de crítica lo que le
permitió sobrevivir en México.
Entre las modernas y sin sombrero, podría haber brillado la escritora y luchadora comunista María Teresa León, una mujer que había sufrido de niña los cambios de destino de un padre militar y las “manos largas” de algunos chicos, como ella misma cuenta en su magnífico libro Memoria de la melancolía. Sin embargo, parece haber quedado a la sombra de su pareja de muchos años, el poeta Rafael Alberti. ¿Esa relación ensombreció su camino?
- Memoria
de la melancolía, escrito en la madurez, con los recuerdos a punto de desvanecerse,
es un libro excelente. La relación con Alberti en sí no ensombreció su camino,
sobre todo de jóvenes. Lo que la dejó en segundo plano fue que él fuera más
reconocido y que publicara más y la brecha que supuso la Guerra Civil y el
exilio. Partieron de cero en la Argentina y ella se esforzó en aportar ingresos
y organizar la intendencia familiar. Su militancia comunista también la llevó a
escribir obras de tesis y eso lastró su imagen de creadora.
Elena Fortún, autora
de Celia, libro con el que alcanzó un gran éxito,
fue otra casada insatisfecha. Comenzó la saga en 1928 (Celia en el colegio, Celia y sus amigos, Celia novelista, Celia madrecita) y también,
entre otras obras, escribió dos novelas con vivencias lésbicas, El pensionado
de Santa Casilda (inédita todavía) y Oculto
sendero, rescatada de forma póstuma. En
ambas, representa una zona del deseo o del erotismo poco frecuentado en la literatura
femenina de la época. Su obra y su vida me recuerdan, en muchos aspectos, a la
gran Colette, la autora francesa, que escribió Claudine en la escuela, Claudine en París, Claudine casada, Claudine
se va, Claudine y Annie, etcétera. ¿Elena fue una adelantada como
Colette, que “dio la campanada”, como tú dices?
- Elena
Fortún (o Encarnación Aragoneses, su verdadero nombre) fue una escritora tardía, estando ya casada y
habiendo sido madre. En pocos años alcanzó
un éxito formidable con el personaje de Celia. En el Lyceum Club conoció a mujeres interesantes y descubrió la
complicidad de la amistad femenina frente a
la tormentosa relación que atravesaba con su marido, que llegó a tener celos
de su éxito literario. En su red de
amigas había algunas de tendencia lésbica como Victorina Durán o Matilde Ras, con quien tuvo una amistad amorosa,
además de otras que siendo
heterosexuales se encontraban más cómodas hablando de sus proyectos entre mujeres que con sus maridos o amantes, imbuidos
aún de machismo. En Oculto sendero se atisba cierta carga
autobiográfica: a partir de la frustración
matrimonial, la protagonista descubre su bisexualidad, pero desde el sentimiento y el deseo, sin llegar a
la relación física. Al igual que ella, Elena Fortún encadenó varias amistades íntimas, la última con la
argentina Inés Field, con quien
compartía una vuelta a la espiritualidad y la religión, sin separarse de su marido.
En el caso de Dora Maar
(una de las tres fotógrafas extranjeras que introduces en el libro), su retiro
de la vida artística se da muy pronto, a los 40
años, y vive hasta los 90. Pasa de ser una mujer independiente y liberada al retiro casi absoluto. Da un vuelco
grande hacia el catolicismo y la espiritualidad.
No quiere ver a nadie y se encierra. ¿Fue hastío por el mundo artístico y cultural que tanto había
frecuentado, o, como dijo la propia Dora, “después de Picasso, solo Dios”?
- Ambas cosas. Cuando conoció a Picasso, Dora
Maar era ya una fotógrafa surrealista conocida, con una trayectoria cosmopolita
(se había criado en Argentina, donde su padre trabajó varios años como
arquitecto antes de volver a Francia, el país de origen de su madre). En París
se había formado como pintora y fotógrafa, se había hecho un nombre, y había
tenido otras relaciones, con Georges Bataille, por ejemplo, y se encontraba en
pleno furor surrealista. Amiga de Breton, había firmado el manifiesto Appel à la lutte, lo que prueba un compromiso
social explícito. Creyó que su relación con Picasso, un reto importante, sería
la culminación de una etapa vital, pero fue un paréntesis. Mientras duró, ella,
quizás influida por él, fue abandonando la fotografía, que dominaba, por la
pintura, donde era aprendiz. La ruptura con Picasso fue cruel, la desestabilizó
y le costó sobreponerse y encarrilar su carrera después de la Segunda Guerra
Mundial. Solía decir que el mercado del arte, dominado por la publicidad, no
era nada comparado con el esplendor que ella vivió de joven. De ahí su extraño
encierro en vida.
Otras tres mujeres representan ese paso que va de la posguerra a la transición española: Carmen Laforet, Pilar Miró y Carmen Díez de Rivera. ¿Fue Pilar Miró una cineasta de las mil batallas? Cuando empezó a trabajar en televisión, dijo: “Si hay que actuar como un hombre, seré un hombre”. ¿Fue la manera que tuvo de abrirse paso y hacerse respetar en un medio que no estaba acostumbrado a recibir órdenes de una mujer?
- Pilar Miró era muy contradictoria en lo
personal y muy decidida en lo profesional. Vivió los cambios culturales de los
sesenta en su propia carne y durante el franquismo, así que pocas mujeres de su
generación llegaron tan lejos ni estuvieron dispuestas a pagar el precio de
actuar como un hombre para conseguir sus metas. Ella representaba la excepción.
No necesitó apoyarse en el feminismo, sino en un puro instinto de
supervivencia.
Hay un acontecimiento
que hace cambiar la vida de la joven Carmen Díez de Rivera. Enterarse de que
era hija biológica de Serrano Suñer, cuñado de Franco y destacado político de
la dictadura. Y se entera, porque debía cortar el romance que mantenía, sin
saberlo, con quien era su medio hermano. El ocultamiento de su familia, la
mentira o la hipocresía de una sociedad envuelta en una nube tóxica, fomenta su
transformación. Pasa de ser solo una “niña bien” a convertirse en una joven
culta, sensible, solidaria. Pero su alquimia no se queda ahí. ¿Cómo fue el
proceso de conversión hacia el socialismo o, más aún, hacia un ecosocialismo?
- Ese secreto familiar, que no había tenido
hasta entonces consecuencias tratándose
de una familia de alcurnia, le estalló cuando se enamoró de un hijo de Serrano Suñer (formaban parte del
mismo ambiente social) y un familiar tuvo que revelarle que era un amor imposible. A partir de ahí, Carmen Díez
de Rivera se aleja del escenario
familiar para vivir el duelo por la pérdida de ese primer amor y trata de romper con su pasado para
sobrevivir. Sus estancias en París y otras
capitales europeas le abren los ojos; a raíz de un curso en la Sorbona se
acerca a Sartre y sus ideas se
reformulan. Si en sus años juveniles se movía en un ambiente tradicional y conservador, se despoja de antiguos
prejuicios y se identifica con la
democracia europea. Tras un curso de cooperante en África, vuelve y trabaja para Adolfo Suárez siendo este director general
de Radio Televisión Española. Al
iniciarse la Transición democrática, con Suárez como presidente del Ejecutivo, Díez de Rivera se convierte en su jefa
de Gabinete. Con sus consejos, sus
contactos con la prensa extranjera, gracias a sus varios idiomas y su mente analítica, Carmen ayuda a dar credibilidad en
el exterior a la incipiente
democracia española. Más tarde se aleja políticamente de su jefe, Suárez, y se acerca a la
socialdemocracia. Como eurodiputada del grupo socialista, en Europa se volcó en la Comisión de Medio Ambiente y
defendió con tenacidad
planteamientos verdes y ecologistas en una época en que solo una figura quijotesca como Díez de Rivera
se atrevía a reivindicar.
Quienes conforman el
tránsito hacia la modernidad son, en tu libro, Montserrat Roig, Carmen Alborch
y Soledad Puértolas. ¿Cuáles fueron los signos de distinción de estas tres
mujeres que, con enorme claridad, se vieron y actuaron como sujetos de la
historia, con voz propia e indeclinable?
- La escritora Montserrat Roig y Carmen Alborch
(que logró ser la primera decana de Derecho de la Universidad de Valencia antes
de pasarse a la gestión cultural y a la política) fueron hijas del 68 y del
feminismo. Ambas pertenecieron al Sindicato Democrático de Estudiantes de sus
respectivas universidades, la opción clandestina y opositora al Sindicato estudiantil
franquista. El ambiente contestatario de Universidad de los sesenta cambió su
mirada sobre la realidad. Fueron mujeres conscientes de sus derechos y de su
capacidad de transformar la sociedad. Fue ese compromiso con lo público lo que
le llevó a Carmen Alborch a dejar su prometedora trayectoria académica en Derecho
Mercantil para gestionar la cultura valenciana y pasar luego a ser ministra de
Cultura. Moderna, transgresora, libre, Alborch es un prototipo de mujer
completamente distinta a la de la generación de su madre. Por su parte, Soledad
Puértolas también dejó atrás sus estudios de Políticas por ser delegada de curso
y abrírsele un expediente que la expulsó de la Universidad. Aunque posteriormente
no ha tenido un perfil político, en 1971, recién casada, decidió marcharse con su
marido unos años a Estados Unidos. Él contaba con una beca y ella se matriculó
en la universidad de California, el centro de la modernidad entonces. Estudió
Lengua y literatura española y portuguesa con el exiliado y erudito Arturo
Serrano Plaja y tuvo allí a su primer hijo. Volvió a España con otra visión y
otros mimbres literarios. Como narradora, Puértolas parece a veces una escritora
extranjera en su propio país. No se parece en nada a los escritores de posguerra
ni a la generación de los cincuenta o los sesenta. Su escritura no es reivindicativa
ni efectista, ni experimental, sino sutil, intimista. Desde 2010 es académica
de la Real Academia (RAE). Así que Puertólas, que todavía vive y crea, cierra
el círculo de este libro en dos aspectos: por un lado, el exiliado Arturo Serrano
Plaja, coetáneo de María Teresa León, Clara Campoamor o Elena Fortún, fue su
mentor literario, por otro, pertenece a la minoría de mujeres que desde 1978 ha
entrado en la RAE, algo inalcanzable décadas atrás. Y es que la historia
establece conexiones inesperadas.