Por Rocío Benavente, para Mujeres con Ciencia
Maxine Frank Singer
Maxine Frank
Singer tiene a sus espaldas una extensa y fructífera carrera científica, que la
llevó de los laboratorios a los despachos, de hacer la ciencia a gestionarla, a
defenderla y también a incidir en la responsabilidad social de quienes trabajan
en ella. Siempre con una perspectiva muy amplia de lo que supone el desarrollo
científico: defendió y facilitó los medios para los que lo llevaban a cabo y
participó en debates relevantes sobre su progreso y sus límites éticos en temas
como la libertad científica, la edición genética y la exploración espacial.
Maxine Frank nació el 15 de febrero de 1931 en la ciudad de Nueva York, de padre y madre de primera generación estadounidense. Asistió a escuelas públicas del distrito de Brooklyn y ha declarado que su interés por la ciencia se remonta en su memoria a sus primeros recuerdos. Una profesora de química la animó a seguir esa vocación y se matriculó en Química en el Swarthmore College, donde se graduó con honores en 1952. En ese momento ni la industria ni la academia eran especialmente acogedoras para una mujer, pero en su centro universitario Frank (que sumaría el apellido Singer después de casarse) encontró el apoyo de un grupo de estudiantes mayores y del profesorado. Pero tuvo que pelearse con la administración por un motivo: tras química, ella quería seguir estudiando biología, y las únicas opciones disponibles eran física o matemáticas. Desafió esa norma, y claro está, ganó esa partida.
Estudiando el
ADN en plan adelantada
Representación en 3D del ADN
Luego comenzó el
doctorado en bioquímica, que completó en 1957 en la Universidad de Yale, una
institución que sí era especialmente propicia para las mujeres estudiantes. El
tema de su tesis tenía que ver con la química de las proteínas, pero el
consejero de Maxine la animó a especializarse en la investigación
de ácidos nucleicos, un campo aún
poco conocido en aquella época, tras la publicación de
James Watson y Francis Crick de la doble hélice del ADN en 1953, pero que se
convertiría en básico y central para la bioquímica de la siguiente década.
En 1956, Maxine Frank
Singer se había incorporado al laboratorio de Leon Heppel en el Instituto Nacional de Artritis
y Enfermedades Metabólicas, uno de los pocos científicos que ya investigaba el
ADN, y dos años después accedió a un puesto de personal investigador de los Institutos
Nacionales de Salud (NIH).
Durante 17 años trabajó allí y en 1975 se incorporó al Instituto Nacional
del Cáncer, donde
ascendió hasta convertirse en 1980 en jefa del Laboratorio de Bioquímica.
Ella contó años después que había recalado
en instituciones académicas y científicas inusualmente acogedoras para una
mujer científica en la época, y que por esta razón era consciente de no haber
sufrido algunas de las dificultades que otras investigadoras sí habían
encontrado en la década de los '50 y '60. “Creo que no sabía siquiera que ese
sesgo existía, era algo de lo que no hablábamos ni pensábamos. Pero, sin duda,
mucho del comportamiento que entonces simplemente aceptábamos como ‘normal’
hoy, justamente, sería visto como discriminatorio e inaceptable”.
Nadie quería trabajar para una jefa
En esos años desarrolló un trabajo sobre
la línea que separa o mezcla la bioquímica y la biología molecular: síntesis
del ARN, el papel de distintas enzimas sobre la producción y metabolismo del
ADN y ARN, recombinación
genética en
determinado virus y la estructura de una proteína del ADN llamada cromatina. Años antes, en 1960, había colaborado
con un colega, Marshall Nirenberg, en el descifrado del código genético humano
al proporcionarle moléculas sintéticas de ADN ya conocidas que permitieron
determinar que la información genética está codificada en un código de tres
letras.
A mediados de los 60 sí que le tocó vivir
en propia piel la discriminación hacia las mujeres que era habitual en la época
en el entorno científico: buscando investigadores posdoctorales para su
laboratorio, se encontró con que había muchos candidatos calificados que no
querían trabajar con una mujer como jefa por miedo a que eso terminase repercutiendo
en sus ambiciones científicas y laborales más adelante. Eso terminó por
convertirla en defensora y activista contra la discriminación y a favor del
papel de las mujeres en el avance científico.
Los límites de la edición genética
Maxine Frank Singer
Jewish Women Archive
En 1973, MFS copresidió la Conferencia Gordon
sobre ácidos nucleicos, donde
surgieron los primeros debates y preocupaciones sobre los potenciales efectos
sobre la salud y el medio ambiente de las primeras tecnologías de recombinación
de ADN y edición genética. Maxine formó parte
de la Conferencia de
Asilomar, que en
febrero de 1975 determinó las primeras limitaciones éticas para este tipo de
investigaciones y estableció el marco para irlas modificando y eliminando a
medida que las investigaciones científicas avanzaran, y se
considerase seguro y apropiado hacerlo.
En los 80, centró su interés en una familia de
secuencias de ADN llamadas elementos nucleares
largos intercalados (LINE
por sus siglas en inglés): largas secuencias de elementos del código genético
que son capaces de saltar de un sitio a otro e insertarse en distintos puntos
de los cromosomas en mamíferos, a veces provocando mutaciones que terminan
causando alguna enfermedad.
Durante años, Maxine Frank
Singer siguió teniendo un papel y voz relevantes en el debate sobre la
ingeniería genética, sus posibilidades y sus límites éticos. También participó
en el debate público, escribiendo para medios de comunicación y haciendo
divulgación para la sociedad sobre estos temas, incluyendo la necesidad de
financiar las investigaciones sobre el genoma humano, los usos de la
modificación genética en agricultura y medicina y la relación entre religión y
ciencia.
En 1988 fue elegida para presidir el Instituto Carnegie, en Washington, una institución
científica privada relevante en los campos de la biología, la astronomía y las
ciencias de la Tierra. Allí creó un nuevo departamento de ecología global, que
se centró en temas que hoy siguen siendo relevantes como la sostenibilidad y la
conservación de la biodiversidad. También participó en la instalación de los dos telescopios
gemelos Magallanes en Chile y creó varios programas de educación científica para alumnos y
profesores de las escuelas públicas de Washington.
En 1992, a los 61, Maxine recibió
en su país la Medalla Nacional de Ciencia, el máximo honor científico otorgado
por la presidencia de Estados Unidos, “por sus extraordinarios
logros científicos y por su profunda preocupación sobre la responsabilidad
social de los científicos”. En el interín, tuvo tiempo de casarse Daniel Morris
Singer y criar 4 hijos.
Además de numerosos artículos científicos,
Frank Singer participó en varias obras de divulgación científica y libros de
texto escolares, destinados a fomentar el conocimiento sobre la investigación
genética, su potencial, sus límites y las figuras científicas que la hicieron
posible. “He participado en una parte extraordinaria de la biología. No ha
habido un día en que hubiera querido hacer cualquier otra cosa”.
Artículo publicado originalmente en Mujeres con Ciencia.