Por Guadalupe Treibel
La saga rosa continúa en Jacquemus, epónima maison del joven diseñador francés, que vuelve a hacer honor a su color fetiche en Pink 2, secuela de la colección cápsula que lanzó el año pasado. En la gama que le obsesiona, prendas básicas para mujeres, sí, y también para hombres desprejuiciados: gorritos de pescador, chaquetas, hoodies, remeras de algodón, entre otros atuendos relativamente accesibles y rematadamente rosas. Uno de los adorables giros de esta ocasión es que Jacquemus incorpora por primera vez piezas para peques, pensadas para niños y niñas con entre 3 y 10 años a los que, además de prendas al cuerpo, les propone vestir los outfits para adultos, al modo oversized, haciendo de la utopía, una realidad: que no haya frontera de género ni límite de edad para calzarse una bufanda XL (inclinada al fuscia) o un suéter en dos tonos (del rosa, sobra -a esta altura de las líneas- aclarar), por mencionar parte de una colección que redime a un color a menudo tachado de liviano, banal, trivial entre ignaros que desconocen que antaño el rosa, por su asociación al rojo y a la sangre, remitía a la guerra, el coraje, el heroísmo, la audacia. Asimismo era sinónimo de buen gusto, autoridad, suntuosidad…
Un ejemplo está en Voyage autour de ma chambre (Viaje alrededor de mi cuarto, de 1794, libro que Borges menciona en uno de los cuentos de El Aleph), donde el diletante francés Xavier de Maistre, en arresto domiciliario por participar de un duelo, recomienda desde el confinamiento pintar las habitaciones de los varones en colores blancos y rosas, ideales para animar el espíritu, levantar los ánimos. Dicho lo dicho, durante buena parte del siglo XIX, la mayoría de los párvulos vestía de blanco, sin importar su sexo: era más fácil hervir y blanquear pilcha sin tinturas, que se perdían en el proceso y, por otra parte, eran carísimas. Además, definir el género de los peques no quitaba el sueño a la gente; en todo caso, era una virtud de la adultez.
Hasta después de la Segunda Guerra Mundial, por cierto, el celeste estaba ligado… a las chicuelas. Pero la fórmula se invierte desde mediados del siglo XX, y así arribamos al XXI, donde sobra la perorata sobre la deconstrucción pero, en los hechos, ¿cuántos tipos se animan a llevar un total look pink sin sentir que se pone en juego su hombría de bien? Del otro lado del simbólico ring, tampoco faltan falsos progresistas que, por razones diametralmente opuestas, niegan el rosa a las niñas “para no abonar a los estereotipos”. Un berenjenal, en fin, que despejan sin ínfulas firmas como Jacquemus, asistiendo a que chicos y chicas del hoy naturalicen la amplitud de arcoíris en sus armarios, abonando a un futuro sin categorías, donde cada cual elija lo que le venga en gana, sin que medien restricciones.
Hay que decir que ni Simon Porte Jacquemus (Salon-de-Provence, 1990) se justifica ni la prensa gala pide razones: al desinhibido muchacho -autor de Le Sac Chiquito, ese microbolso sensación ¡donde ni siquiera entran las llaves!- simplemente le encanta el rosa. Tanto es así que, además de la mencionada colección de ropa ATP, su diversificada línea Pink 2 incluye una bicicleta eléctrica -con tecnología antirrobo- desarrollada junto a la empresa VanMoof. También objetos decorativos de vidrio, no necesariamente útiles pero ciertamente preciosos, hechos en sociedad con el artista holandés Boris de Beijer. Una vela escultórica que juega con las formas geométricas que tanto le gustan, a cargo de la artista belga Ann Vincent. Sin olvidar un peluche encantador, L’Esquinade, cangrejo araña, típico del Mediterráneo francés, fabricado con descartes textiles por la marca de juguetes infantiles de alta gama BigStuffed. Todo, absolutamente todo, en rosa chicle, fuscia, flamenco, Dior, magenta…
Topísimo por mérito propio, sin haber trabajado antes para grandes modistos y sin el aval de un título en una prestigiosa escuela de moda, el joven de provincias tiene el mérito de haber posicionado a su marca en el mercado de lujo, tras tirar de su modesto sueldo como dependiente en los primeros años de la firma. Mucho de su carácter perseverante, lúdico, decontracté se lo debe a su mamá, Valérie, que murió cuando él tenía 18 años. Fue entonces cuando adoptó el Jacquemus, apellido de soltera de su maman, mon amour, sobre la que contaba recientemente que era mujer traviesa y alegre, de sonrisa constante. Que en sus cumples vaciaba su placar para disfrazarlo a él y a todos sus amiguitos, que los maquillaba y saltaba en el sofá con ellos. Que le compraba pantalones con grandes margaritas bordadas, o lo vestía íntegramente de amarillo para la foto escolar. Que cuando, a los 8, Simon le confeccionó una pollera con una cortina de lino vieja y unos cordones de zapatillas, ella se puso la falda con sumo orgullo, pavoneándose por las calles del pueblo con el diseño de su hijo. “Era diferente, una loca linda, capaz de venir a buscarme a la salida del colegio vestida de rosa de los pies a la cabeza, con una chaqueta de plumas, unos pantalones y unas Converse”. La vie en rose, tout court.