Si en general el correcto manejo de los cubiertos sirve para evidenciar la calidad de la educación del/la comensal, la verdadera prueba de refinamiento y savoir faire se rinde cuando de postre se sirve fruta fresca y hay que quitarle la cáscara y pelarla comme il faut. Olvidemos, entonces, en estas ocasiones, las naranjas sostenidas con una mano y peladas en imperdonable espiral, las bananas con la piel y esos antiestéticos hilitos colgando devoradas a dentelladas, las semillas y la piel de las uvas escupidas sobre el plato, los carozos de las cerezas o de los damascos brincando sobre un blanco mantel de hilo de Irlanda... Jacobita Echániz, en su indispensable Libro de etiqueta de Rosalinda (Editorial Bell, 1951) nos salva eficazmente de semejantes papelones...
“Para mondar la fruta hay cubiertos especiales, pequeños y con borde de serrucho, pero habitualmente se usan cuchillos de postre bien afilados”, nos ilustra doña Jacobita. “Hay casi un sistema para cada fruta, pero todos reposan sobre el mismo principio: las partes ya mondadas no deben tocarse con los dedos”. A fin de no incurrir en irreparables gaffes, entonces, conviene practicar cotidianamente en la intimidad, “de modo de no demostrar falta de habilidad cuando hay que desenvolverse en sociedad”.
Comencemos, pues, por las naranjas y el sencillo método para despojarlas de su piel antes de ingerirlas: “Se pinchan en el medio con el tenedor de manera de poderles cortar dos tapas, una arriba y otra abajo, marcando, por así decirlo, los dos polos. Una de las tapas se vuelve a pinchar con el tenedor en su sitio para ayudar a sostener en alto la naranja, mientras que con el cuchillo se corta la cáscara en parejas tiras paralelas que van de un polo al otro, haciendo ademán de serruchar. Una vez pelada la fruta, con ayuda de tenedor y cuchillo se van seccionando pedazos de pulpa, de modo que finalmente quede solo el corazón con las pepitas, formando una columna”. Más claro, échenle agua destilada... Aunque les parezca increíble, aún más fáciles resultan las buenas mandarinas -con su cargamento de vitamina C-, gracias a que su cáscara se despega con solo “hacer cuatro ranuras, marcándola como los pétalos de una flor”. Las bananas, tan manoseadas habitualmente para luego ingerirlas brindando escenas al borde de la obscenidad, deben ser tratadas de esta guisa: “Se separan de su cobertura cortando primero los dos extremos y luego haciendo una incisión todo a lo largo”. Casi una sesión de cirugía menor...
Por su lado, las uvas, tan refrescantes en período el estival que ya está entre nosotras, “presentan todo un problema de etiqueta”: hay quien las pela minuciosamente con cuchillo, lo que, según la experta señora Echániz, es de pésimo gusto. Pero, claro, si de verdad no se puede tragar el hollejo, “hay que elegir entre pelar las uvas con los dedos –lo que sería absurdo– o no comerlas. Echar orujos y semillas de la boca al plato solo se puede hacer en la mayor intimidad”.
Y pensar que Mae West, que nunca leyó el Libro de etiqueta de Rosalinda, le decía lánguidamente a su criada negra en uno de sus picarescos films: “Pélame una uva, Beulah”.