Por Yanina Gruden
Emma Thompson como Beatriz
Beatriz: ¡Qué
incalculable dicha para las mujeres! De otra manera, se verían importunadas por
un pretendiente molesto. Agradezco a Dios y a mi sangre fría, en esto soy de tu
mismo parecer: prefiero oír a mi perro ladrarle a un cuervo antes que a un
hombre jurando que me ama. (Acto I,
Escena I)
En Shakespeare, las mujeres están dotadas de una fuerte personalidad. Por lo tanto, no nos sorprende leer esas líneas que pronuncia Beatriz ya en el arranque Mucho ruido y pocas nueces. Si bien en la época del Bardo las mujeres estaban relegadas en sus derechos y en su actuación pública, sorprendentemente en sus comedias aparecen como un rayo de luz iluminando con inteligencia y autonomía toda la escena. Obviamente, Beatriz no es una excepción.
La dama de la prosa
Beatriz es segura de sí misma, plena de energía, altamente ingeniosa. Atípicamente para las heroínas románticas del siglo XVI, su mayor poder radica en el uso agudo de las palabras. En esta obra, escrita mayormente en prosa, Beatriz hace gala de brillantes ocurrencias, cada vez que habla sorprende a todo el mundo porque su lengua y su discurso no pertenecen a la época en que vive. Beatriz, como salida de una suerte de máquina del tiempo o del auto de volver al futuro, es muy capaz de cuestionar el amor, el matrimonio, la familia. Y también la hidalguía de los hombres. Prácticamente una feminista de los tiempos modernos, pero escrita apenas en el siglo XVI.
Maggie Smith
En Mucho
ruido y pocas nueces hay dos tramas desplegándose al mismo tiempo en
Mesina. Por un lado, el príncipe de Aragón, Don Pedro, quiere casar a Claudio,
parte de su séquito, con Hero, hija de Leonato. A la vez, Don Juan, hermano
bastardo del príncipe y envidioso de los privilegios de Claudio, arma un engaño
para destruir ese matrimonio. Entonces, Borachio, criado de Don Juan, se
presenta una noche bajo la ventana de Hero, y allí se asoma Margarita, doncella
de Hero, vestida con las ropas de su ama. Don Juan cita al príncipe y a Claudio
a asistir de lejos a la escena. Claudio, al creer que ha sido engañado, el día
de la boda acusa a Hero de infiel en plena iglesia, dejándola devastada frente
al altar.
En la segunda trama, Beatriz -la alegre sobrina de Leonato- y Benedicto -otro soldado de la corte, soltero impenitente y chistoso- se encarnizan desde la escena I en atacarse mediante burlas. Como sus amigos deciden favorecer que ambos se enamoren, Claudio y Pedro montan una escena donde Benedicto escucha una conversación en la que se comenta acerca de un pretendido amor secreto de Beatriz por él. A su vez, la joven sorprende una confidencia acerca del amor que Benedicto parece alimentar por ella en secreto, a través de una escena que arman Hero y Úrsula (doncella de Beatriz).
Shakespeare ha elegido para esta heroína tan singular un nombre que le calza a la perfección: Beatriz, según su etimología, “dadora de felicidad”. Ella se presenta así ante Pedro cuando este le insinúa su intención de desposarla:
Beatriz -No, mi señor, a menos que pueda tener otro para los días laborables: vuestra persona es demasiado lujosa para llevarla todos los días. Pero le suplico que me perdone. He nacido para estar siempre risueña y no hablar en serio. (Acto II, Escena I)
Ellen Terry
Así, Beatriz
no se dejará convencer por cualquier hombre que la pretenda, tampoco por ningún
mandato familiar. Ella sabe que cuando esté lista, elegirá a quien ella quiera,
y le aconseja a su prima:
Beatriz -Sí, naturalmente, es deber de mi prima hacer una reverencia y decir: ¡Padre, como a ti te plazca! Pero aun de este modo, prima, que sea un tipo apuesto. De lo contrario haz otra reverencia diciendo: ¡Padre, como a mí me guste! (Acto II, Escena I).
Shakespeare le da a Beatriz todos los recursos discursivos para que ella los emplee con suma destreza: paradojas, frases epigramáticas, juegos de palabras, aliteraciones y otros efectos sonoros (que en el idioma original se pueden apreciar mejor). Asimismo, variaciones sobre temas de la mitología clásica y otros despliegues de la fantasía y la retórica:
Beatriz: Demasiado maldita es más que maldita. De ese modo, echaré de menos una bendición de Dios, pues según el proverbio ¡a la vaca maldita Dios le da cuernos cortos!, pero a una vaca demasiado maldita no le da ninguno. (Acto II, Escena I)
Si volvemos en la trama principal de la obra, vale reconocer que las historias en que una mujer casta es calumniada (Hero, en este caso) son mucho más antiguas que las propias obras de W.S. Se conocen en numerosas versiones anteriores renacentistas, relatos orales, narraciones en prosa o en verso, piezas teatrales.
Esta trama clásica es opacada por el brillo de otra paralela donde se trenza nuestra Beatriz con Benedicto en una esgrima de ingenio contra el matrimonio, en el que -como en toda comedia romántica que se precie- están destinados a sucumbir. A diferencia de la otra historia, esta subtrama de Beatriz y Benedicto no tiene ninguna fuente específica conocida, se la considera pura invención del propio William. De todas maneras, dos tradiciones shakespearianas conviven en simultáneo: la del menosprecio del amor y la del ingenio cortesano.
Catherine Tate
En La
fierecilla domada, se desarrolla el mismo motivo tradicional de la mujer de
carácter fuerte que se resiste al matrimonio y termina siendo “domesticada”,
pero la diferencia esencial con Mucho Ruido... radica
en que aquí tanto Beatriz como Benedicto no quieren saber nada de casamiento, y
ella luce una dialéctica admirable, moviéndose en un plano de igualdad
intelectual con Benedicto. E incluso llega más lejos, porque sus palabras están
dotadas de un humor exquisitamente pícaro:
Beatriz: No hasta que Dios haga hombres de otra substancia distinta de la tierra. ¿No afligiría a una mujer ser dominada por un montoncillo de polvo valiente y tener que rendir cuentas de su vida a un terrón de arcilla caprichosa? No, tío, no quiero a ninguno. Los hijos de Adán son mis hermanos, y la verdad es que tengo por pecado buscar esposo dentro de mi familia. (Acto II, Escena I)
Beatriz y Benedicto representan todo el tiempo el papel del rechazo mutuo y, a la vez, sobreactúan el desdén hacia el amor y el matrimonio. Sin embargo, a medida que pasan las escenas vamos notando que hay simulación en sus conductas. Se enfrentan, discuten como en tantas buenas comedias donde chico encuentra a chica a través de los siglos, hasta llegar este género al cine, a veces en muestras inolvidables, en el XX.
El punto de inflexión -teatro dentro del teatro- de Mucho ruido... llega con las escenas ideadas y dirigidas por el príncipe don Pedro, con su propia actuación, la de de Claudio y de Lionato, teniendo a Benedicto como espectador; y de Hero y Úrsula por el otro, con Beatriz de espectadora:
Beatriz: ¿Por qué me zumban los oídos? ¿Será posible? ¿Tanto se me condena por mi desprecio y mi orgullo? ¡Adiós, desdén! ¡Adiós, orgullo virginal! Ninguna gloria debo esperar de ustedes. Y tú Benedicto, sigue amando. Yo te corresponderé domando mi corazón salvaje al amor de tu mano: mi gentileza. Si me amas, mi ternura ha de incitarte a una unión sagrada, pues los demás reconocen tus méritos, que creo por mí misma antes que por referencias de otros. (Acto III. Escena I)
Emma Thompson
El sutil
tejido de los hilos de la trama y el perfecto diseño de la alternancia entre lo
cómico y lo serio es otra de las maravillas a las que William nos tiene
felizmente acostumbrados. En el acto cuarto la obra llega a un doble clímax:
Claudio rechaza espectacularmente a Hero, pensando que lo ha engañado. Hero se
desmaya y por consejo de fray Francisco -que está seguro de la inocencia de
Hero- le pide a Leonato, a Beatriz y a Benedicto que corran la información de
que Hero está muerta. Entonces Beatriz le pide a Benedicto que mate a
Claudio.
Es tanta la devoción de Beatriz por su prima Hero y tan grande su indignación por la reacción de Claudio, que convence a Benedicto, que antes se había mostrado muy soberbio, de servirla desafiando así a Claudio. Shakespeare, que en principio nos había presentado a un personaje alegre, ocurrente y desafiante, redobla la apuesta del discurso de Beatriz para que esta deje de parecer “mucho ruido” y tome parte activa en el asunto familiar. Beatriz hará lo imposible para salvar el honor de su prima y cobrar su sed de venganza contra Claudio, quien ha bastardeado a la inocente Hero en el altar. Será quizás por la inminencia de sus palabras, que Benedicto sucumbe a su pedido:
Beatriz: Te atreves más fácilmente a ser mi amigo, que a pelear con mi enemigo.
Benedicto: ¿Es Claudio tu enemigo?
Beatriz: ¿No ha probado que es el más vil de los miserables por haber calumniado, despreciado, deshonrado a mi prima? ¡Ah, si yo fuera un hombre! ¡Engañarla hasta el punto de tomarse de las manos y entonces, con una acusación pública, calumnia desembozada, rencor despiadado…! ¡Oh Dios, si yo fuera un hombre! Me comería su corazón en medio de la plaza.
(Acto IV, Escena I)
Finalmente, en el último acto, Borachio, en estado de embriaguez, confiesa el engaño a un compañero y es oído por los guardias de la ronda nocturna. Así Borachio es detenido y revela al príncipe y a Claudio el engaño de que han sido víctimas. Luego Claudio ofrece reparación a Leonato y le recomienda que se case con una prima de Hero, en sustitución de la supuesta muerta. En el momento de la boda, la esposa descubre ser Hero en persona. Se casan también Benedicto y Beatriz, a quienes el chispeante ingenio no los abandona ni ante el altar. Por último, Don Juan, que había huido de Mesina, es detenido y será castigado. Benedicto acaba conquistando a la fogosa Beatriz diciéndole: “Silencio, voy a cerrarte la boca”. Y le da un buen beso como única forma de ganarle a la rapidez verbal de ella.
Está claro que Shakespeare crea a Beatriz para desafiar a la sociedad y a la idea misma del amor romántico. Por otra parte, escribe una obra donde una mujer es víctima de una grave calumnia, pero dispone a su lado a otra mujer que busca salvarla y alzar la voz por ella, hacer justicia. Lo que hoy, cinco siglos más tarde, llamaríamos sororidad. Finalmente, podemos preguntarnos a qué se refiere el título de la pieza: Mucho ruido y pocas nueces, hacer conjeturas, imaginar hipótesis... Acaso la respuesta más apropiada la da la misma Beatriz, remitiendo a los aspavientos propios de los hombres.
Beatriz: ¡Príncipes y condes! ¡Sin duda, qué testimonio principesco! ¡Valiente conde en confitura! ¡Famoso galán, doy fe! ¡Ah, si yo fuera un hombre para defenderla o al menos tuviera un amigo que fuera hombre para vengarla. Pero la hombría se ha disuelto en cortesías, el valor en cumplidos, y los hombres no tienen más que lengua. Y lengua meliflua para más datos. Hoy se es tan valiente como Hércules con solo decir una mentira y sostenerla con juramentos. Yo no puedo ser hombre solo por desearlo, por lo tanto voy a morir de pena como una mujer. (Acto IV. Escena I)