Por Gabriela Oyola
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Yo no soy la hija de Nina Simone. Crédito Alejandra López |
Cuando se me invitó a dar oído a estas voces de escritoras situadas en el más allá, tuve el recuerdo del eco entre montañas en una visita a unas antiguas cuevas, en nuestras sierras argentinas. El eco era el desprendimiento concreto de las voces del lugar, que resonaron primero en el cuerpo donde nacen. Y luego aquel eco fue dejando estelas por todos lados. Replicó sobre las rocas y se disparó hacia los árboles y de ahí fue recogido por pájaros, para ser devuelto como una brillante flora: mujeres con voces creadoras capaces de hacer desplomar toda herida y todo silencio de una forma novedosa y poderosa: de voz en voz, desde tantas generaciones, recostadas sobre el arte de nuestras voces vientres, nuestros ojos. Dispuestas a cultivar lo que verdaderamente es verdor.
Yo no soy la hija de Nina Simone es una obra monumento, sí. Con esta forma artística define Julie Gilbert su pieza sonora cuando Malena Solda interpreta a Nina, una mujer desterrada de sí misma, en su propia búsqueda. “Un monumento en medio de la vida”, sostiene. A esto se enfrenta la protagonista del monólogo-poema épico. Eso monumental que es Nina Simone. Y un monumento involucra todo un alrededor, un espacio más allá; porque un monumento adquiere sentido como imagen cuando está situado en medio del camino. Un monumento es un señuelo del espacio común. Y ya se halle en el centro de una plaza, en una esquina o sea toda esa plaza en sí misma, un monumento siempre compromete la sensibilidad común. No se puede esquivar ese trozo de materia que reclama la mirada. Y Nina Simone es ese bloque sonando que sale al cruce y que esculpe con la música el único atributo que reúne todos los demás: la libertad.
En cierta ocasión, le preguntaron a Simone. ¿Qué es la libertad, Nina? Y ella: No te puedo responder. Pero miró a los ojos al periodista y le repreguntó: ¿Qué es la libertad? Y este hombre, sin salir de su rol de profesional, estoico, solamente atinó a sonreír. Nina lo alcanzó con esa mirada de monumento: “La libertad es un sentimiento, es como estar enamorado, eso no se puede explicar si nunca se ha sentido”. En cierta medida, como una profunda expresión íntima, la libertad es una experiencia. Suenan como verso las palabras de Jacques Rancière cuando hace hablar a Aristóteles: la aristocracia tiene como bien la virtud; la oligarquía, la riqueza; y el demos (el pueblo), la libertad. Pero resulta que este es un bien compartido por los tres. Entonces, cómo lograr que el pueblo sea libre sin ser despojado de este único bien que posee: con la lucha irrenunciable y sostenida por formar parte del mundo sin ser arrinconado en ninguna de sus expresiones artísticas, culturales, de género.
Yo no soy la hija de Nina Simone
Crédito Alejandra López
A algunos esa experiencia los alcanza en el campo de
batalla y a otros en sus bordes, dando agua a los caballos que también serán
parte de esa lucha. Hay mujeres épicas que supieron del campo crudo de batalla,
a ciegas, sin nada más que la fuerza en bruto de sus voces descarnadas. Y otras
que sabemos de huellas y seguimos en los bordes sosteniendo las siembras.
Yo no soy la hija de Nina Simone es la frase que más me ha emocionado porque me lleva directo a la calle del ¿quién soy si no soy la hija de Nina Simone? Y a la vez me empuja a desear ser la hija de Nina Simone para sentirme a resguardo con todo ese mundo de tambor que ella tiene en su vientre. En estos tiempos en los que tanto se busca una identidad, me da de pensar que quiero ser o poseer varios fragmentos de mujeres. Quiero tener la voz de Nina Simone, la fuerza de Medea, la osadía de Pizarnik, los puños de Eva Perón.
Esta tarde he salido a caminar y en ese andar me acompañó la voz de Nina con esa gran melodía que suena al final de esta obra: I Wish I Knew How It Would Feel to Be Free. Y miraba los árboles al ritmo de esa troncosa voz que viene de sus ancestros y con ellos arrastra su lucha como mujer: en su prisma la libertad es el carozo. “Me gustaría saber cómo se siente ser libre”. Por eso esta obra es tan monumento; es que en la voz de Malena Solda, a través de esa dramaturgia de Julie Gilbert, pasando por la historia de Simone, atravesando mi historia de mujer, oyendo el eco de las mujeres negras que tienen a Simone como símbolo de su corazón negro y de su música afroamericana, clásica, jazzera. Su barrio con sus calles, su piano, su madre pastora, y sus labios resonantes, la lucha por los derechos civiles contra el racismo, en especial de sus mujeres afro, en toda esta trama y con toda esta trama en sus espaldas: todas queremos ser las hijas de Nina Simone. El exceso de la voz de Nina es la que pone a resguardo la voz de esta otra Nina que tiene la voz poética de Malena Solda, dirigida por Juan Parodi, un director que conoce sensiblemente la voz de muchas poetas.
He imaginado todos esos silencios, las respiraciones que se oyen agitadas, los leves movimientos de esta obra que solo llega a los oídos, pero alcanza al corazón. Me dejé emocionar en la noche, en esa soledad genuina que despeja al mundo para dejarnos ser el punto desde donde vernos. A este tal Nicolás, su pareja, Nina, la Nina de la ficción, la que somos todas las cotidianas, las dudosas, las fuertes, las doloridas, las potentes, a este hombre ella le dice: “No entendés porque vos no podés hundirte”. Y de inmediato recordé esa imagen donde Nina Simone, siendo muy joven, en su primer recital de iglesia en su barrio lleno de pobreza e injusticia, con ese canto gospel que tan bien supo representar el sonido de la esclavitud y de su liberación, cuando sus padres son movidos por una pareja de blancos para escucharla en primera fila tuvo la valentía de suspender su canto hasta que sus padres volvieran a ocupar sus lugares. Y esto es la libertad, pensaba, ese acto irrenunciable que solo puede sentirse. La libertad es, claramente, un sentimiento monumento. Por eso cada vez que escucho cantar a Nina, la naturaleza, con sus árboles en movimiento me hacen mirar hacia el cielo, me dejan sentir las nubes sobre mi cabeza atareada, aturdida, pero igualmente logro atrapar todos los pájaros. Hay una naturaleza de cueva en su voz que tiene este eco: quiero ser la hija de Nina Simone, aunque Yo no soy la hija de Nina Simone. Me gustaría saber cómo se siente ser libre es una canción monumento que reclama un oído natural.
¿Qué es el idioma? No más que una música y un niño que nunca se duerme por lo que la canción dice, sino por lo que la música hace sonar. Con esa melodía el niño sueña y crece. Cuando pensaba en esta nota, en intentar reponer la bella melodía que ha creado Malena Solda con la música que Juan Parodi le otorga a la obra, música de prosa, de habla cotidiana pero poética, con cadencias que me han dejado hallar lo musical, ese recitado que Solda alcanza en ciertos parlamentos, decidí salir a caminar escuchando “Me gustaría saber cómo se siente ser libre”. En seguir este preciso instante escucho, nuevamente, esta canción. Es que no puedo seguir sin ella. Para decidir por la libertad no me queda otro camino que tropezarme con su monumento.
¿Cuál es el monumento que mejor representa la libertad? En eso pienso mientras veo pasar gente, me cruzo con algunos árboles, atravieso una plaza, siento el sol en mis ojos, recuerdo mis luchas, las pequeñas, las diarias. Pienso que soy escritora, poeta, mamá, separada, que adoro a Eva Perón, que elijo mal, que elijo bien, que amo y me equivoco, que sigo adelante como todas las Ninas. El mejor monumento a la libertad puedo ser yo.
Esta obra estará
disponible en la web y en las plataformas de audio de Proyecto Prisma hasta el
15 de enero 2022. Puede escucharse completa dando click aquí o aquí.