Las naiperas que se hicieron valer a fines del XIX

Por Marta Bueno Saz*, para Mujeres con ciencia

Vitoria nº 1, Fabrica Fournier,
fines del XIX

A finales del siglo XIX, la fábrica fundada por Heraclio Fournier en Vitoria, País Vasco, contaba con mayoría de mujeres en su planta, que se desempeñaban en la selección de papel, el coloreado, la impresión y otras tareas del proceso de fabricación y revisión del producto final, a partir de 1870. Este año, omitiendo 2020 por cuestiones de pandemia, se está celebrando el 150 aniversario. Un justo motivo para homenajear a las mujeres de sus establecimientos con una exposición que reconoce su labor en el Museo Heraclio Fournier, titulada 
Naiperas.

Con el mismo objetivo de visibilizar a estas trabajadoras que abrieron camino en los derechos laborales igualitarios, el investigador Aritza Sáenz del Castillo, de la Universidad del País Vasco, ha publicado el libro Emakume kartagileak. Memoria bizia / Naiperas. Una memoria viva. En él se recogen los testimonios de muchas de las trabajadoras de la fábrica, que empleó a un altísimo número de mujeres desde épocas tempranas. En la primera etapa del establecimiento Fournier, no estaba bien visto que ellas estuvieran fuera del hogar, y mucho menos en la industria. Como dice Sáenz del Castillo, su trabajo productivo lejos de la casa se consideraba una amenaza social, un ataque a la naturaleza. Sin embargo, las naiperas encontraron la manera de hacerse un hueco en el mundo laboral.

Hasta hace poco no sabíamos demasiado de ellas ni de otras tantas trabajadoras que hacían funcionar la economía de muchas ciudades, porque en ese momento no era aceptable ir más allá de las labores hogareñas y obviamente de la función reproductiva que se les asignaba. Como sabemos, la economía se ha basado en gran medida en el trabajo de cuidados gratuitos que las mujeres han realizado a lo largo de la historia. Incluso cuando dieron el paso al ámbito de trabajo regulado, no tuvieron reconocimiento económico ni ayuda corresponsable en casa. No es necesario señalar que tampoco tenían reconocidos sus derechos en muchos lugares de trabajo afuera.

Baraja vasca, Museo Fournier

En la fábrica de naipes, la segregación horizontal y vertical por género estaba presente en todos los puestos. Se emplearon mujeres en los denominados “oficios complementarios femeninos”, tareas previas y posteriores a la impresión de los naipes: selección de cartulina, corte de las cartas, revisión de barajas, realización de estuches y empaquetado. Hay que reseñar que su papel fue fundamental para mantener el nivel bien alto en la calidad de los mazos. Con el tiempo, ocuparían puestos en administración, en los laboratorios químicos, como ilustradoras, en fotocomposición y  operadoras de las máquinas de impresión.

La fábrica de naipes de Fournier se consideraba una gran familia. La empresa no solo era un espacio de trabajo sino un lugar de encuentro social, de formación, de ocio y cultura, incluso asistencial ya que se atendía el estado de salud de sus trabajadores, se cuidaba la moral y la observancia de la religión, la vivienda, las prestaciones sociales, el deporte. Más allá de ciertos aspectos positivos, obvio es decir que un aire paternalista se respiraba en la empresa.

Naiperas, a su juego las llamaron

En los inicios de la etapa industrial en España, el trabajo femenino era en general muy precario. Se consideraba que esa franja cumplía un rol secundario, a pesar de que las trabajadoras eran mayoría en muchos entornos laborales. Había dos razones principales para contratar mujeres: por un lado, porque eran más prolijas, constantes, observadoras y cumplidoras; y, por otro, porque se les pagaban salarios más bajos. Una mujer con una carrera profesional de larga data solo solía percibir un salario igual al de un jornalero; es decir, un hombre que acababa de ingresar a la fábrica, sin derecho a cambiar de categoría.

Así andaban las cosas cuando al finalizar la Guerra Civil, la dictadura sacó a las mujeres del espacio público y abolió toda la legislación sobre igualdad establecida en la Segunda República. El Fuero del Trabajo, que fue la columna vertebral de la legislación laboral franquista, pedía en 1938 que las mujeres abandonaran el taller y la fábrica y regresaran a casa, “para cumplir con su deber de esposas y madres”.


En Fournier, aunque no se impuso un permiso de ausencia obligatorio para el matrimonio, muchas naiperas se jubilaron para casarse a la edad de 25 a 29 años, con una pequeña compensación económica. Como resultado, las mujeres mayores de 30 años quedaron allí apenas como el 20 por ciento de la fuerza laboral. Con todo, la fábrica de Fournier continuó contratando mujeres, “por el alto costo de vida en Vitoria, para ofrecer recursos a sus familias”. Las naiperas rompieron con el imaginario impulsado por el régimen. Llevaban a casa un salario que muchas veces era el pilar de la economía hogareña.

Las mujeres casadas querían seguir en sus empleos. Muchas se dieron cuenta de que para acabar con la dependencia de los hombres era fundamental construir su proyecto de vida ligado a una carrera profesional. Querían compaginar familia y taller. Reivindicaron la figura de la trabajadora: tomaron conciencia de lo injusto de muchos estereotipos arrastrados por sus parejas, empezaron a denunciar la discriminación salarial y exigieron una revisión de los puestos de trabajo. Solicitaron medidas para conciliar el trabajo doméstico y profesional, pidieron guarderías en las fábricas y reclamaron condiciones en sus empleos que hoy vemos como derechos fundamentales y que comenzamos a disfrutar gracias a su lucha. La autogestión se volvió muy importante en la construcción de su proyecto de vida, y sabían que necesitaban una fuente económica para lograrlo. Amén de la vida social y el compañerismo que se ensanchaban en la vida laboral.

A partir de la segunda mitad de la década de 1950, aumentó la demanda de mano de obra femenina. Esto permitió cambiar el rol de las mujeres, que comenzaron a hacer otros trabajos en las fábricas. En Fournier, ampliaron el abanico de sus puestos y de sus cargos. Destaca el Servicio de Proyecto y Dibujo, donde hubo un cambio de mentalidad en cuestiones de género. Accedieron incluso a organismos que representaban a los trabajadores. Las demandas de las naiperas llegaron lejos, contando además con el ambiente de la huelga que se desató en Vitoria en los primeros meses de 1976. Algunas pasaron a formar parte de la oposición a la dictadura y hubo quien participó activamente en las movilizaciones del 3 de marzo de 1976, fecha de la primera huelga en Fournier.


A partir de estas movilizaciones y de los derechos conseguidos, las mujeres han seguido en las fábricas, en particular en esta de naipes donde la tecnología avanza y la inclusión es un principio de la empresa. Las aportaciones femeninas se reconocen y se valoran de forma positiva: la ciencia detrás de cada análisis de materiales para la elaboración de naipes, la creatividad y la tecnología para sus diseños, la química en fijación de colores y los barnices... Incluso supervisan el proceso desde los controles de calidad en los que tanto se apreciaban y aprecian sus “cualidades femeninas”.

Aunque todavía queda mucho por hacer en cuestiones de estereotipos y roles de género en este ámbito, las mujeres diseñan y fabrican juegos de cartas con las mismas capacidades que sus compañeros de oficio. Pueden ser expertas jugadoras de mus o pueden crear belleza haciendo volar los naipes. Como dice el prefacio del libro de las naiperas, citando a Pamela K. Metz y Jacqueline L. Tobin: “Ahora el silencio se rompe; un coro se eleva. Las mujeres hablan”.

* Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.

Este artículo se publicó originalmente en la web Mujeres con Ciencia