Por Moira Soto
El ciclo de tapices del siglo XV minuciosamente restaurado entre 2012 y 2013, sigue cautivando a estudiosos, novelistas, pintores, cineastas, historietistas, zoólogos, poetas, músicos que se desviven por descifrar estas enigmáticas imágenes bellamente tejidas que aluden respectivamente a los 5 sentidos. Y en la sexta y más intrigante escena, al propio, exclusivo deseo de la Dama en cuestión.
![]() |
A mon seul désir |
De los muchos animales fabulosos surgidos de bestiarios de todas las épocas, probablemente el unicornio -junto con las distintas variedades de sirenas- sea el más arraigado en el imaginario popular con su cuerpo de caballo blanco, sus patas de cabra y, desde luego, su gran cuerno erecto semejante al del cetáceo llamado narval.
Las leyendas -que vienen de muy lejos- decían que este animal silvestre solo se dejaba capturar y retener por una joven y hermosa joven perfectamente pura, aun en sus pensamientos (que el unicornio podía leer). Requisitos estos que al parecer cumple la protagonista de la serie de seis tapices del siglo XV, cuya familiaridad con el animal del largo cuerno fálico es evidente e incluso roza el erotismo de manera sesgada: el animal posando confianzudamente sus patas sobre la falda -ligeramente subida- de la joven para mirarse en el espejo que ella le ofrece en la alegoría de la vista; la Dama acariciando delicadamente el susodicho cuerno mientras mira (¿con pudor, acaso?) hacia otro lado, sosteniendo un estandarte en la alegoría del tacto…
Gusto
Todos los tapices
presentan los mismos elementos, exceptuando ciertos objetos que conciernen
concretamente a cada uno de los temas (los dulces -el gusto-, el espejo -la
vista-, la rosa -el olfato-, el órgano portátil -el oído-, el estandarte -el
tacto-). En la urdimbre de hilos de lana y seda figuran en una suerte de isla
azul sobre fondo bermellón, distintos animales, una mujer rodeada de emblemas
heráldicos, un unicornio a la derecha y un león a la izquierda. En algunos
casos, acompaña a la joven una doncella a su servicio. En el sexto y más
misterioso de los tapices, sobre una carpa azul y amarilla se lee la divisa A mon seul désir, frase ambigua (que ha
sido traducida al español de diversas maneras: Solo por mi deseo, Solo
según mi deseo…) que sigue quitando
el sueño a los eruditos deseosos de despejar el enigma de la impenetrable Dama
del Unicornio. En este sexto tapiz, el único que porta título, ella da la
impresión de estar despojándose de sus joyas, pero también podría estar
tomándolas, así de incierto es su gesto. Obviamente, los teólogos prefieren la
primera lectura. Es decir: la Dama se elevaría por en encima de lujos y
placeres terrenales, accediendo al mundo espiritual.
Oído
Para
Marie-Elisabeth Bruel, avalada por su tesis doctoral basada en el análisis de
los manuscritos del Roman de la Rose,
de Guillame de Lorris, las escenas podrían representar las virtudes corteses, a
saber: el ocio (la vista), la riqueza (el tacto), la franqueza (el gusto), la
alegría (el oído), la belleza (el olfato) y finalmente, la generosidad (À mon seul désir). La Dama con su piel
de lirio, los labios rojizos, el cabello dorado, atributos todos tejidos en
hilos de seda, remite el ideal de belleza que fue cantado por la literatura
cortés desde el siglo XII. Se considera que es la primera vez que una alegoría
de los sentidos se representa en una figura de mujer en la Edad Media. Según la
directora del Museo Cluny de París -donde estos tapices hacen las veces de La
Gioconda del lugar- podría tratarse de distintas damas con la misma silueta, si
se tiene en cuenta que las poses, los trajes, las alhajas varían según el
sentido de cada escena.
Todos los indicios sobre el origen del ciclo de tapices conducen a la familia Le Viste, más precisamente a Jean IV Le Viste, magistrado de alto rango de la corte de Lyon, muerto en 1500, quien habría encargado ese trabajo. Por esas fechas, los tapices eran elementos decorativos que además abrigaban las paredes en las moradas de la gente pudiente, que al mostrarlos hacía exhibición -según la calidad y cantidad de los tejidos- de diversos grados de poder económico, por lo costosa que resultaba su confección. En el caso de Jean IV La Viste, hay acuerdo en que este pertinaz aspirante a la nobleza pidió que se añadieran ciertas armoiries (signos, colores, divisas, ornamentos que constituyen el emblema de un grupo, una familia, una ciudad o un estado) que no le correspondían y que nunca logró alcanzar. Por otra parte, los sentidos eran un tema que importaba en la época, en el arte, en la religión. Se les daba un orden preciso y se pensaba que permitían a los humanos comprender la creación de Dios. La vista ocupaba el lugar más alto de la jerarquía puesto que subrayaba el valor de la luz y los colores.
Olfato
Diversos
especialistas coinciden actualmente en que el autor del magnífico diseño de
esta pieza maestra del Medioevo fue el maestro Jean d´Ypres (muerto en 1508),
quizás con la colaboración de su hermano Louis. Asimismo, se da por seguro que
los tapices fueron tejidos en Flandes, entre
1484 y 1500, usando colorantes naturales de alta calidad: el bermellón de las
rojas flores de la Rubia Tinctorum,
el añil de la Isatus Tinctoria, el
amarillo de la Reseda Luteola… Así,
se consiguieron 30 tonalidades para ese jardín idílico poblado de flores (dicho
estilo se denominaba mille fleurs) y
animalitos del bosque en armoniosa convivencia. Como si se tratara del
mismísimo Edén antes del pecado original.
Después de estar en posesión de la familia Le Viste, la serie de tapices La Dama y el Unicornio fue heredada por los Robertet, los Roche-Aymon y finalmente los Rilhac, quienes instalaron el conjunto en su castillo de Boussac. En 1835, ese edificio fue vendido a la municipalidad local y adjudicado a la subprefectura, incluidos los ya famosos tapices que atraían la atención de los visitantes que en ese entonces desconocían sus origen, por lo que empezaron a tejerse leyendas: la más difundida atribuía su realización al príncipe otomano Djem quien, prisionero en una torre, se habría puesto a confeccionarlos para paliar el tedio…
En 1835, la escritora George Sand visitó muchas veces la subprefectura para mirar fascinada los tapices, sobre los que escribió en algunos de sus libros; y en un artículo periodístico publicado en 1847, afirmaba haber visto ocho. Y aunque Próspero Merimée, inspector de monumentos históricos además de escritor, quedó como el descubridor, la verdad es que Sand -su amante fugaz, a la sazón- le pasó el aviso y lo incitó a que fuese a mirar esos fantásticos tapices (que Merimée, vale señalarlo, supo valorar y clasificar). Medio siglo después, a comienzos del siglo XX, Rainer María Rilke en Los cuadernos de Malte -relato que rompe con la novela tradicional decimonónica- describe hechizado esa creación del siglo XV.
Tacto
La Dama y el Unicornio resistió
airosamente el paso de los siglos aunque no siempre recibió los cuidados que
merecía. Pero ni la humedad ni el polvo ni las luces mal dispuestas pudieron
con estos tapices que fueron restaurados cuando los adquirió el conservador del
actual Museo de la Edad Media, instalado en el Hotel de Cluny, en pleno Barrio
Latino, en 1882, a 25 mil francos oro.
Después de la Segunda Guerra tuvo lugar una nueva restauración y en 1973-1974, La Dama hace su primer viaje
internacional hacia el Museo Metropolitano de Arte, de Nueva York (donde hay
otros tapices emparentados estéticamente en torno de la figura del unicornio). El
ciclo fue cuidadosamente desempolvado y refrescado por expertas en 2011: cinco
restauradoras abrieron los dobladillos, quitaron el forro trasero, limpiaron
por microaspiración, reforzaron las zonas más frágiles. Mientras se preparaba
un nuevo espacio con forma de paralelepípedo en Cluny -acondicionado esmeradamente con un sistema de colgado, luces
y circulación de aire más apropiados-, La
Dama se fue a Japón, donde fue largamente admirada en 2013; también en Sídney
en 2018, regresando con gloria a París.
De marketinero y kitsch Mi Pequeño Pony a los tapices presentes en la sala de estudiantes Griffondor en los films de Harry Potter, de las novelas de René Barjavel a las de Tracy Chevalier, del animé japonés Gundam Unicorn a diferentes video juegos, el ciclo de tapices no cesa de ser fuente de inspiración y encantamiento. Entre múltiples obras fílmicas, pictóricas, escultóricas, merece mencionar un olvidado ballet estrenado por la gran Tamara Toumanova, que fuera ideado, escenografiado y vestido por Jean Cocteau en 1953, con música de Jacques Chailley, que -en aquella relectura- ilustraba el lazo entre el amor y la muerte a través de la leyenda de La Dama y el Unicornio, símbolo de la pérdida de la virginidad. Sin ánimo de agotar las referencias, habría que citar el bello concierto para clarinete en seis movimientos (2010) de la gran compositora finlandesa contemporánea Kaija Saariaho, autora de notables óperas. Su título, D´om le vraie sens es un anagrama del lema del sexto tapiz, À mon seul désir.
Desde el 30 de octubre hasta el 16 de enero de 2022, La Dama y el Unicornio puede verse en Les Abattoirs, en Toulouse, tras abandonar excepcional y momentáneamente el Cluny (cerrado por refacciones). Es la primera vez que este ciclo de tapices del siglo XV se exhibe en un museo de arte contemporáneo.