Por Silvina Quintans, columna emitida en Radio Continental
Este fin de semana murió Almudena Grandes, una escritora tan contundente como su nombre: bella, morocha, madrileña, feminista, de izquierda, del Atleti. A los 61 años se fue la mujer que pintó la esencia de una España dividida después de la Guerra Civil, la España de las personas de a pie, de los olvidados, los marginados, los perdedores, los que no encajan, los que se caen y levantan.
Almudena era licenciada en Geografía e Historia y sus dio sus primeros pasos en la escritura con textos para enciclopedias. Tenía menos de treinta años cuando publicó su primera novela, Las edades de Lulú, una obra erótica que retrataba la movida madrileña de los ’80, con su libertad y experimentación sexual, que fue llevada al cine por el director y guionista Bigas Luna. La novela fue muy exitosa y le abrió las puertas del mundo literario. Publicó luego varios libros, entre ellos, el que ella define como el más autobiográfico, Malena es un nombre de tango, en el que cuenta la historia de dos hermanas mellizas, Malena y Reina, una transgresora, la otra perfecta. Desarma aquí los cuentos de hadas, las apariencias, las hipocresías, los secretos familiares.
En 2007 publica El Corazón Helado, una obra monumental de más de mil páginas para la que investigó durante más de cinco años con libros y testimonios de víctimas de la Guerra Civil Española. En esa novela los protagonistas Álvaro Carrión y Raquel Fernández cruzan sus destinos y los de sus familias a través de las generaciones que representan el enfrentamiento entre falangistas y republicanos.
En 2010 empezó
una serie de novelas titulada “Episodios
de una Guerra Interminable”, referida también a la Guerra Civil Española.
La serie se inauguró con Inés y la
alegría y siguieron El
lector de Julio Verne (2012), Las
tres bodas de Manolita (2014) y Los
pacientes del doctor García (2017).
En 2020 publicó su último libro, La madre de Frankenstein. Allí indagó en la biografía de Aurora Rodríguez Carballeira, la mujer que concibió a su hija Hildegart como proyecto de mujer perfecta, pero la asesinó cuando la adolescente tenía 18 años y comenzó a alejarse del modelo de mujer al que aspiraba su madre. La elección del tema y del espacio en el que se desarrollaría la novela no fueron casuales, en una entrevista que dio luego de publicarla afirmó: “Está muy bien contar los años 50 desde un psiquiátrico de mujeres porque aquí es donde vivían las personas que menos le importaban a nadie, es contar los cincuenta desde el margen del margen, donde vivían mujeres que además eran enfermas mentales. Desde esa desolación de la gente que no importa nada, de la gente que no vale nada, el manicomio podía representar un microcosmos en el que se espesan las partículas que hacían tóxica la atmósfera de este país que en buena parte parecía un manicomio”. Estas palabras bien podrían servir como síntesis de su obra y de su compromiso con las personas más vulnerables.
La novela El corazón helado empieza con un entierro: “Se lo había anunciado a mi madre, a mis hermanos, a mi mujer, no me gustan los entierros, todos lo sabían. Mai me miró, me apretó la mano, yo negué con la cabeza y se fue con ellos. Sólo entonces fui consciente del silencio, y con él, de la naturaleza del único sonido, agudo, feo, metálico, que enturbiaba la limpieza de aquella mañana fría y sin pájaros”.
Los funerales de la mujer a la que no le gustaban los funerales estuvieron lejos de la frialdad de la ficción: además de los famosos - entre los que estuvieron el Presidente Pedro Sanchez y el cantante Joaquín Sabina-, una multitud de lectores enarbolaba sus libros y aplaudía entre lágrimas para agradecer tanta literatura y compromiso.
Pero no seríamos justos con Almudena si solo la recordáramos por sus funerales, quienes la conocieron aseguran que era una tromba, que transmitía la alegría, fuerza y generosidad. Se va unos pocos días después de la Fiesta de la Almudena, Virgen patrona de su ciudad. Madrileña hasta la médula, el 11 de mayo de 2018, desde el balcón del Ayuntamiento en las fiestas de San Isidro, leía con mucha gracia y estilo frente a miles de personas estas palabras de amor:
“Las hazañas del pueblo de Madrid son más nobles, más
ejemplares, más heroicas que los escudos que coronan sus aristocráticas fachadas.
Capital del dolor, capital de la gloria, esta es la ciudad que nunca se
detiene, una superviviente capaz de renacer una y otra vez de sus propias
cenizas. Aquí nunca hemos tenido mar, ni Olimpiadas, ni Exposiciones
Universales. Pasamos en un suspiro de ser la capital mundial del antifascismo a
convertirnos en la capital del único fascismo superviviente en Europa, una
oscura ciudad de funcionarios que bebían café con leche. (…). Ninguna apuesta
es más arriesgada que darnos por muertos. Y aquí estamos otra vez, más vivos
que hace tiempo, dispuestos a hacer lo que mejor sabemos, estar fuera de casa,
colonizar las calles, apropiarnos de las plazas y los jardines para bailar,
para cansarnos, para resistir hasta el último aliento, más chulos que un ocho.”