Potpourri, vol. 10: Canciones que son de la eternidad…

Por Guadalupe Treibel


Escalaron las primeras posiciones de los charts de música clásica de UK nomás salir su largaduración, conquistando a ingleses no necesariamente píos con su Ave María, su rendición del Salmo 27, su versión del réquiem In Paradisum, su modo tan fervoroso de entonar las palabras de San Francisco y Santa Clara de Asís (al son de musiquita compuesta por los jóvenes James Morgan y Juliette Pochin). Nadie más sorprendido de semejante repercusión que ellas mismas, las 23 noveles artistas detrás del flamante Light For The World, que acaba de lanzar Decca Records. Al fin y al cabo, estas mujeres con entre 43 y 90 pirulos dedican su día a día a otros menesteres desde que se levantan a las 5 am: limpiar, cuidar de su huerta, cocinar, rezar, rezan un montón, siendo -como son- 23 monjitas de clausura. Las hermanas clarisas de Arundel, Sussex, evidentemente han dado en la divina tecla con su disco debut, grabado durante la pandemia, aunque el confinamiento no las haya agarrado desprevenidas: permanecer intramuros es costumbre de la orden desde su fundación en el siglo 13. Aunque adoran cantar, la idea del disco nació del productor James Morgan, y ellas accedieron con una única condición: debían participar todas, de la primera a la última, independientemente de cuan bien o mal lo hicieran. “Algunas hermanas abordan con sensibilidad y belleza las melodías; otras están medio sordas y, la verdad, se nota. Pero así somos, así nos queríamos mostrar”, fueron las palabras de la monja Leo. Ningunas novicias rebeldes, pero sí muy talentosas. Y muy recurridas durante la cuarentena inglesa: recibieron más consultas de las habituales, preguntándoles -vía Zoom- muchas personas cómo no perdían la cabeza enclaustradas. Gusto por la vida sencilla, férrea rutina, meditación, y poco más. Aparte de la música para encender una lucecita en el mundo, claro está. 


Sueño garantizado por robotitos


Siempre presta a experimentar, la canadiense Grimes -hacedora de los sonidos del mañana- ya tiene nuevo proyecto entre manos, y no, no es un disco. La gula al confesionario, terrícolas, que ya dispensó la artista el LP Miss Anthropocene en mayo, digno sucesor de Art Angels, su álbum de 2015. Lo que está presentando en estos días la muchacha es una aplicación con bienhechor fin: ayudar a que niños y adultos duerman mejor. El chiche virtual se llama AI Lullaby y lo ha creado en colaboración con la empresa tech Endel, grabando voces y bases originales para crear relajantes sonidos, que luego son “procesados por la tecnología Endel Pacific para generar un paisaje sonoro que se adapta en tiempo real a tu ubicación, clima y exposición a la luz natural”. Así lo asegura el statement de esta app de edición limitada, que de momento solo es compatible con adminículos Apple. Allanando la jerga, la propia Grimes se decantó por explicación más accesible: “Básicamente son mezclas en vivo de música ambiental hechas por robots para bebés”. Se ve que estrenarse en la maternidad le hizo notar cuán valiosas son las recomendadas ocho horas de tirón nocturno, o el bonus track de siesta, a la mujer que tiempo atrás decretase que la creatividad quedaría pronto en manos de máquinas. En cierto modo, les ha cedido parte de la magia en esta iniciativa que seguramente probó la cantante y compositora con su gurrumín, X Æ A-XII. Ningún error de tipeo: ese es el nombre con el que bautizó a la criatura de 6 meses que tuvo con su actual media naranja, el controvertido empresario Elon Musk, y que a su decir gusta del “arte radical”. “No hay que subestimar a los bebés; tienen opiniones, pareceres. Al mío, de hecho, le encantó Apocalipsis Now, la vimos juntos el otro día”, sumó/embarró en charla con el New York Times. 


¡Bú!


Mucho se habla, se dice, ¡se tiembla! por casas embrujadas; poca tinta derramada, empero, sobre estudios de grabación donde algún que otro espíritu ha deambulado, para desconcierto de músicos/as que, en plena faena de grabar sus discos, ven sus guitarristas extrañamente desafinadas, y su temple de acero, RIP. Por suerte, las justas plumas de New Musical Express (NME) han conjurado un recuento claramente necesario sobre el desatendido tema, nombrando ni uno ni dos: ¡10! de estos predios asediados por actividad paranormal. En la lista para el julepe, el número uno va para St. Catherine’s Court, en Bath, viejo monasterio que ofició de estudio mientras su dueña fue la actriz Jane “Dra Quinn” Seymour: allí grabó The Cure, New Order y Radiohead, a cuyo líder -Thom Yorke- le hablaban fantasmas por la noche. De tanta perorata, enloqueció el cantante un día y se rapó las mechas ¿aconsejado por las entidades? con una navaja. En el castillo gótico de Clearwell, en Gloucestershire, que data de 1727, Black Sabbath grabó su quinto disco, Sabbath Bloody Sabbath, aunque el proceso fue menos que ideal: Ozzy llegó a ver una figura de capa negra, a la que siguió hasta que la vio esfumarse en el aire. Los dueños le quitaron hierro al asunto: “Oh, sí –le dijeron- es el fantasma de fulano de tal”. A otro castillo, el de Chepstow en Gales, donde hicieron base bandas como Sepultura, también lo habitaría cierta entidad: la de Henry Martin, un abogado que se ahogó con un hueso de pollo en el 1600s y, desde entonces, sigue dando lata con sus ideas antimonárquicas. En The Mansion -antiguo hogar de Errol Flynn en Hollywood, más tarde propiedad del productor Rick Rubin-, grabaron su primer álbum los Red Hot Chili Peppers; las sesiones, un espanto: el batero se negó a quedarse a dormir, atormentado por ciertas “presencias”, mientras el bajista, Flea, bancó la parada… y se topó con una figura envuelta en un sudario, ¡ay, ay, ay! En los míticos Alley Studios, donde antaño ensayara Etta James o Elvis Presley, un cazador de fantasmas dice haber dado con el espíritu; de un asesino, para más inri de sugestionables almitas. Y sigue el anecdotario del más allá en las páginas de la revista especializada (en música, no brujerías, vale persignarse al aclarar).    


De hermanas (casi) calcadas y niños terribles


“Katia siempre está dispuesta a asumir riesgos en la música, como en la vida”, afirmó cierta vez Marielle sobre su hermana mayor. Entonces retribuyó Katia sobre Marielle: “Ella es el fundamento mismo de la música: no hay libertad sin su rigor y disciplina”. Pues, las celebérrimas pianistas Labèque, francesas nacidas en Bayona, vuelven a hacer piña para trabajar a cuatro manos, como acostumbran. Dueñas de un repertorio tan amplio como variopinto (de Mozart a Rachmaninoff, de Bartók a Poulenc, de jazz a flamenco, de folclore vasco a electrónica), su último disco las reencuentra con un favorito personal, Philip Glass. Más precisamente con su ópera del ’96, Les Enfants Terribles, basada en la novela homónima de Cocteau (que Jean-Pierre Melville, no está de más recordar, llevaría al cine en 1950). A distancia, se prestó el compositor estadounidense a adaptar su obra a dos pianos, para que brillaran estas artistas de infinita curiosidad, dueñas de su propio sello, que dieran batacazo internacional en 1980 a partir del éxito que supuso su versión de Rhapsody in Blue, de Gershwin. Y así fue cómo, durante los pasados meses, la dupla grabó en una antigua masía transformada en estudio, cerca de su pueblo de origen, “con la seriedad y el rigor que las caracteriza”, conforme señalaba Le Figaro los pasados días. Dicho lo dicho, las hermanas -que aunque parecen calcadas, no son gemelas, Katia tiene 70 años y Marielle 68- vuelven al candelero con el flamante disco. A la espera de que el venidero año afloje la pandemia que acucia, para así poder presentarlo en vivo con todas las pompas.