Potpourri, vol. 9: Los juegos prohibidos

Por Guadalupe Treibel


“Mi objetivo permanece siempre a 70 centímetros del suelo”, dijo cierta vez el director René Clément acerca de su película Les Jeux interdits, de 1952, que con ternura lúcida y desgarrada muestra cómo el mundo de los adultos golpea a los pequeños, los va contaminando. En este film -“un cuento de hadas moderno”, en palabras del cineasta-, una niña de 5 y a un niño de 11 crean un cementerio escondido para animales, su manera de lidiar con las atrocidades que los rodean en plena Segunda Guerra. Pues, parece ser que la película tanto encantó a las hermanas Kate Barry (fotógrafa, muerta en 2013) y Charlotte Gainsbourg (actriz y música) de jovencitas, que durante unas vacaciones en Cresseveuille, Normandía, en los 70s, procedieron a hacer lo propio, organizando funerales para criaturas RIP en el camposanto de las cercanías. Así lo cuenta y lo canta la entrañable Jane Birkin, su madre, en la preciosa balada pop-rock Les Jeux interdits, su ultimísimo sencillo. Tres minutos que adelantan, dicho sea de paso, el inminente, anhelado disco que saldrá en noviembre: Oh pardon, tu dormais, su primer álbum con canciones originales desde Enfants d'hiver, de 2008, que cuenta con producción del prestigioso Étienne Daho y de un colaborador habitual, Jean-Louis Piérot. Si el título del cancionero resuena a alguna memoriosa damisela es porque también se trata de un guiño cinematográfico: al homónimo telefilm de los 90s que dirigiese la propia Birkin, con Christine Boisson y Jacques Perrin como protagonistas. Dicho lo dicho, cuenta JB que, al tomar la pluma, compuso letras muy personales, decididamente íntimas, “siempre sobre un amor, una pasión, un amor a primera vista…”. “Es un disco que reabre heridas adrede; rascamos las superficies, hacemos que sangren nuevamente…”, admite la inoxidable artista, que se presentó junto a Charlotte días atrás en el festival Rock du Seine, para total deleite de unas 1500 personas. Aforo limitado, a años luz de los 100 mil usuales, en circunstancias no-pandémicas.  


Delirio festivalero

Nadia Rose
Con la merma inevitable de actividades culturales de cualquier índole, por doquier, llegó el petit eureka del rotativo inglés The Guardian: invitar a artistas a contar con pelos y señales cómo sería el festival de sus sueños en una sección que se llama, sin más, My Fantasy Festival. La inauguró el primor de Rufus Wainwright a principios de julio, y sus volados planes involucraban al público sobre góndolas socialmente distanciadas, en Venecia, y una ópera completita transcurriendo entre los live-sets de su imaginario line-up. Los actos de Tosca, para más precisiones, intercalados entre toques de Florence + the Machine, su hermana Martha Wainwright, Björk, Perfume Genius, Sigur Rós, Lizzo… “¡Oh, y Beyoncé! Total, la guita acá no viene a cuento”. Le siguió la cantante jazz/soul Zara McFarlane, que propuso un festi en Jamaica con natura y cascada, una barra bien provista de variedades y variedades de tés, y musiquita, claro: la joven Koffee como plato fuerte, precedida por shows de Yola, Mayra Andrade, Ego Ella May… La indie-rock Alison Mosshart, líder de The Kills, decidió que la muerte no era coto, y no solo resucitó a Jimi Hendrix para que tocara en las calles de Nueva York, invadida Manhattan con parlantes que multiplicaban los sonidos encendidos de su viola: en el festival de sus sueños, convocada además Sister Rosetta Tharpe, RIP desde el ’73, pionera góspel que “tocaba la viola como ninguna”. Vivitas y sonando las músicas invitadas por la excepcional Nadia Rose en una programación ciento por ciento femenina: en las paradisíacas playas de Bora Bora, habemus Snoh Aalegra, Jill Scott, Spice, Junglepussy, además de una actividad recreacional un cachito… ida. Encontrar los aros que perdió Kim Kardashian en las aguas de esta isla de la Polinesia Francesa, de vacaciones; “con premio para el ganador”, no vaya a ser cosa… Y siguen las firmas en esta sección que puede leerse como ¿literatura fantástica?, además de lista de sugerencias de artistas valiosos sobre colegas ídem.     


Las reivindicativas obras de Salome Bey (1933-2020)

Canadá dice adiós a su primera dama del blues: la querida Salome Bey, prestigiosa cantante, actriz y dramaturga que murió las pasadas semanas, a los 86 años. Entre sus muchos logros, haber escrito y protagonizado Indigo, exitoso musical sobre las raíces afro del blues, con elenco mayormente negro, que se presentó a sala llenísima durante un año, en el ‘78, en Toronto, recibió críticas entusiastas, ganó múltiples galardones. Nacida en Estados Unidos, hija de mamá ama de casa y papá limpia-ventanas de rascacielos, faltaba cash, no así música y algarabía en su hogar de New Jersey: un viejo piano que aprendió a tocar de oído, a tierna edad, servía de entretenimiento para ella y sus muchos hermanos (incluido Andy Bey, que devino reputado cantante de jazz). Salome estudió derecho durante dos años en la Universidad de Rutgers, pero abandonó sin más para perseguir su verdadera vocación: la música. Con Andy, recorrió Europa en una gira que los depositó por garitos como el Blue Note parisino, donde eran habitués Chet Baker o Marlon Brando. A principios de los 60s, tocando en Toronto, se enamoró del regente de un club; el flechazo fue mutuo, hubo boda, se instaló definitivamente en tierra canadiense. Donde siguió tocando en bares de la ciudad e incursionó en teatro musical, protagonizando piezas como Justine (rebautizada Love Me, Love My Children en su debut Off-Broadway); creando además obras que tenían la intención de enaltecer y mantener vivo el legado negro en las artes. El de Ethel Waters, por caso, con Shimmytime, de 1983; el de Ma Rainey, con Madame Gertrude, 1985… En fin, apenas algunas pinceladas que pintan a quien abriese puertas y ventanas  para la comunidad afro en su país de adopción, que hoy la despide con marcada congoja.


De viejos CDs y acuarelas 

Aunque su obra suele gravitar hacia “el deporte y el ocio británicos”, a través de instalaciones kinéticas donde conviven muñecos inflables y videoarte, sardónico comentario de las obsesiones culturales enraizadas en la cultura de UK, la inglesa Rosie McGinn, de 27 años, ha virado momentáneamente de técnica, volcándose a pequeñas piezas de acuarela y tinta sobre papel, de 15 x 15, en su más reciente serie, la entrañable Cee Deez. A todas las luces, una sentida oda a la colección de discos de su tierna juventud, con la que se reencontró al mudarse de su departamento de Londres a la casa de su familia en Maidstone durante los meses de confinamiento. “Por algún motivo incompresible, Ronan, de Ronan Keating, fue el primer CD que compré, en el 2000. Por esos días, tuve una pelea fuerte, típica entre adolescentes, con mi hermana Lils que, enfurruñada, escribió ‘Te odio’ en la frente del cantante, en su retrato de portada. Cuando nos amigamos, lo volvió a intervenir: anotó ‘Te quiero’ en la contratapa”, cuenta la artista sobre el puntapié: “Recreé el álbum en acuarela para obsequiárselo a mi hermana y eso activó esta serie, que me arrima a los años mozos”. Años mozos que ofician de trip nostálgico para una generación, que como McGinn, supo tener en bucle desde Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not, de Arctic Monkeys, o Tracy Chapman, de Tracy Chapman, hasta Destiny Fulfilled, de Destiny’s Child, o A Grand Don’t Come for Free, de los Streets.


Números inquietantes


Desde los mismos puntos cardinales, de los más melómanos del globo, llegan cifras que preocupan: según una encuesta realizada por la plataforma Encore Musicians, el 64 por ciento de los/as músicos/as brits está considerando abandonar su profesión. Los motivos, evidentes: en promedio, la pandemia ha llevado a que se cancele el 87 por ciento de sus contrataciones y, sin una fuente estable de ingresos, ya buscan laburo en otros sectores para llegar a fin de mes. “Esto conduciría a una contracción significativa de la industria musical del Reino Unido, que aporta 5.200 millones de libras esterlinas anuales a la economía del Reino Unido y emplea a casi 200 mil personas”, se hacen eco medios locales, recalando en algunos apartados del informe. Por caso, que los hombres han sido fichados un 34 % más que las mujeres para shows pautados para el resto del año; y que el mundo clásico ha sido el más afectado por el cimbronazo: son los menos contratados para venideros conciertos, a diferencia de artistas pop, con la agenda un poquito más nutrida; un estropicio, en fin…