Por Diana Fernández Irusta
Natalia Gherardi. Crédito: Soledad Quiroga |
“El año que vivimos en suspenso”,
dice Natalia Gherardi, del otro lado del teléfono, ante la primera mención a
este año, el de la pandemia. Se escucha su risa y asoma la empatía inmediata: las
dos sabemos que hay modos muy específicos -y femeninos- de atravesar esta
crisis.
Natalia es abogada y preside el
Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), una ONG que desde hace años
batalla en todo lo que tiene ver con la vulneración de
los derechos de las mujeres. En cada frase de Natalia emerge la claridad de
quienes conocen al dedillo el áspero texto de la ley, pero también la calidez
de quien sabe de lo que habla porque lo transitó desde el llano. Porque
defiende a otras mujeres, las conoce, las escuchó, y camina con ellas los
difíciles pasillos que la Justicia reserva a los que carecen de recursos. Y porque
cada proyecto que se proponen en ELA la interpela como profesional, pero
también como a una más.
Por caso, una mujer que, el día
anterior a esta charla, se puso las ropas de la abogada y participó de modo
virtual en una reunión de comisiones en Diputados, convocada para dar su
parecer sobre la ratificación de un convenio de la OIT ligado con la prevención
del acoso y la violencia laboral. Esa misma mujer, cuando finalizó la reunión donde
compartió palabra con la ministra de las mujeres, el representante de la OIT y
varias representantes del movimiento sindical, tuvo que ponerse a pensar en
tres o cuatro cosas vinculadas con la organización del hogar, tan alterada en
este “año del suspenso”. Y ahora, mientras hablamos por teléfono, confiesa la
incertidumbre frente a lo que significarán todos estos meses en la vida de sus
hijos, el varón a punto de terminar el secundario, la mujer resignada a
congelar cierto sueño de cierto viaje ahora que tiene 15.
¿Hace cuánto que trabajás en ELA?
-
Soy una de las fundadoras. Cuando la armamos en 2003, yo trabajaba como abogada
de empresas. ELA era un espacio más ligado al activismo, que me resultaba
interesante porque me permitía explorar las cuestiones de género dentro del
derecho, y explorar también el derecho como una herramienta para la
transformación social. Pero en 2007 mantener esa “doble vida” se me hizo
complicado: ya tenía mis hijos, un trabajo full time… Tuve que decidir, ver dónde
concentrar mis energías, y definitivamente lo que me gustaba, emocionaba y me
movilizaba era esto. Así que dejé el trabajo con empresas y asumí la dirección
de ELA, que en ese momento no era mucho más que una pequeña organización con
pocas actividades, sin gran financiamiento ni gente dedicada a tiempo completo
a trabajar allí. Lo que me propuse fue ver si podía ser una organización
tan interesante como otras que incidían en política. Y ahí arrancamos, a buscar
dinero, formar un pequeño grupo que fue creciendo y se fue diversificando en
trayectorias y temáticas.
¿Te imaginabas en ese momento que el
género iba a ocupar el lugar que tiene en la discusión pública hoy?
-
Hace diez años, no. La gran mentora de ELA -y mía, en lo personal- es Haydée
Birgin, que era una abogada y socióloga especialista en políticas públicas y
feminismo. Con ella aprendí la dimensión estructural de las problemáticas de género:
cómo las relaciones sociales de género atraviesan la organización de la
sociedad, de la economía, de la política, del comercio, de las relaciones de
familia. Me da mucha pena que Haydée haya muerto antes de ver el lugar central
que el género tomó en la política. Ojalá fuera más central todavía, pero la
dimensión que tiene hoy no la imaginábamos entonces.
¿Cómo ves lo que está pasando con la
pandemia, esta “suspensión” que, sin embargo, agudiza algunas problemáticas de
género?
-
Creo que el tema de las desigualdades de género está muy presente en el discurso
público, pero todavía no lo está tanto en la implementación de políticas. Hay
en cierta medida una superficialidad en la forma en que se lo aborda. Y en la
pandemia las desigualdades estructurales se hacen más profundas y evidentes. Eso
genera enorme dolor en muchas personas, en las configuraciones de muchas
familias y las vidas individuales de muchas mujeres. Llevamos cinco meses sin
posibilidades más que de subsistencia, lo cual agrava las tensiones, profundiza
las violencias, y es muy difícil para muchas mujeres visualizar la salida. Lo
muestran las estadísticas. De la cantidad de personas que llaman al 144, un 90
y pico por ciento son mujeres. El número de llamados creció inicialmente,
después se amesetó. Y ahora no hay denuncias, no hay demandas de acceso a la Justicia
en las fiscalías, en los juzgados, en medidas de restricción. Esto, para mí, es
un indicador de resignación, de decir: “y bueno, qué voy a hacer”. De aguantar,
de sostener. Los números de femicidio no bajan, las tentativas de femicidio
suben; es una situación difícil de resolver. En el medio de todo esto tenés los
problemas macroeconómicos, de inserción y condiciones de empleo, de violencia
en el trabajo, de discriminación en la participación política y sindical… La
centralidad de la agenda de género no termina de permear como una demanda legítima
en el núcleo duro del poder. Porque en definitiva de lo que se trata es de
disputar el poder, y nadie te lo concede tan fácilmente.
Bueno, están esas fotos que se
reiteran en Twitter: reuniones políticas de todo tipo, en las que no hay
participación femenina.
-
Claro, y después compensan con una foto con todas mujeres… No es así. No
necesitás la reunión de las mujeres empresarias, que las hay, y está buenísimo
que estén y que se las apoye y visibilice, pero la discusión dura sobre
macroeconomía no la hacés con ese grupo, la hacés con los señores de siempre.
Lo que necesitás es que las mujeres empresarias estén integradas en todos los núcleos
de poder para que la conversación mayúscula las incluya. Últimamente, ¿cómo se
responde a eso? Con un barniz de participación que a mí no me satisface. Por
ejemplo, la norma de la Dirección General de Justicia que obliga a que haya un
50 % de mujeres en los directorios de asociaciones y fundaciones: es una norma
que saca una Dirección General de Justicia cuya dirección es íntegramente masculina.
¿Es un chiste? (risas). Yo no cuestiono
la herramienta de la acción afirmativa, porque la hemos impulsado en muchos lugares,
lo que digo es que no se use la misma herramienta de manera acrítica para todos
los ámbitos. No existen las respuestas uniformes. Primero hay que hacer un
diagnóstico, analizar de qué estamos hablando, ver, discutir alternativas,
construirlas participativamente. Una de las cosas que me parece que falta es la
participación sustantiva en la construcción de políticas públicas.
¿Cómo se traduciría eso?
-
Hay muchos actores sociales, políticos, de la academia, que llevan largo tiempo
estudiando e investigando muchos temas. Ese conocimiento debe ser compartido y
exhibido públicamente, sometido a debate, para construir una agenda de cambio
de manera participativa, que aproveche los conocimientos que bastante gente
tiene. Siempre miré con admiración los procesos de construcciones de políticas
públicas participativas de algunos países anglosajones, donde se elabora un
documento sobre determinadas políticas, que se somete a discusión, se difunde
públicamente, se invita a diversos actores a participar, dar argumentos, ver
alternativas. Y finalmente la política pública que se decide es el resultado de
ese diálogo democrático. Ese ejercicio me parece muy valioso, y se ha hecho en
ciertos casos. Por ejemplo, en la construcción del Plan Nacional de Acción contra
las Violencias, el Ministerio de las Mujeres -con todas las dificultades de ser
un ministerio nuevo, tener que generar su estructura y encima en pandemia, en ese
contexto tan difícil- hizo el esfuerzo de salir a pedir opiniones y escuchar
propuestas. El plan que luego construyeron se hizo de la manera más plural que
se pudo conseguir. Creo que es muy valioso como ejemplo.
¿Este tipo de trabajo evitaría que
tantos proyectos queden luego en vía muerta?
-
Sí. O que se conviertan en algo de cuya implementación después se desentienden
todos los sectores; eso erosiona la norma. Y nuestro país no necesita normas
erosionadas en su aplicación; al contrario, necesitamos fortalecer el valor de
la norma y la legitimidad de su construcción e implementación.
Hablando de normas… ¿Qué perspectivas
le ves a la discusión por el aborto?
-
Me parece correcto no someter al sector salud, al Ministerio de Salud, a una
discusión que genera tantas tensiones justo en el momento en que atravesamos
una pandemia que, por supuesto, tiene a este ministerio como gran protagonista
de la gestión y diseño de la política sanitaria. Por eso considero que es
razonable que no se haya mandado el proyecto de ley al Congreso. No creo que
eso signifique que haya perdido relevancia o que le hayan sacado el apoyo. El
motivo por el que no lo creo es porque la Dirección de Salud Reproductiva, del ministerio,
está haciendo muchos esfuerzos para garantizar los derechos sexuales y
reproductivos a nivel federal, en capacitación de profesionales, en distribución
de anticonceptivos, en garantizar el acceso a los abortos que son legales… Ahí
sé que se está trabajando con mucha dedicación y esfuerzo. Creo que el argumento
para no enviarlo es no exponer al Ministerio de Salud a una discusión distinta
de la que lo tiene que tener como protagonista indiscutido, que es la del
manejo de la pandemia. El argumento no puede ser el de no dividir a la
sociedad, porque 2020 no es 2018. Ya pasamos por un proceso muy amplio, una
discusión muy honesta y descarnada sobre el aborto legal como herramienta de
salud pública. Hay que poner en valor todo lo que hicimos.
¿O sea que mirás con cierto optimismo
el 2021?
-
Yo miraría con optimismo hacia el final de 2020… Tiene que ser prioritario
porque es importante cumplir con la palabra, podría discutirse en sesiones extraordinarias.
¿Y en relación a cuidados, un tema
que la pandemia puso tan de relieve?
-
Bueno, lo pusieron como una agenda prioritaria, pero la construcción es más compleja
y artesanal. Primero hay que poner en común cuáles son los recursos con los que
contamos, y cuáles son las necesidades insatisfechas en términos de política de
cuidados, infraestructura y estrategias. La decisión política de trabajar en el
tema está, y lo que hicieron es armar instancias de diálogo y conversación
interinstitucional. Me parece que les falta todavía una puesta en práctica,
pero estamos en un momento muy extraordinario, no hay servicios de cuidado que
estén funcionado. ¿Qué implementación de políticas de cuidado puede haber en un
momento como este? Sí me parece que hay que revisar cuál es el impacto que está
teniendo la pandemia y el cierre de instituciones justamente en los servicios
de cuidado. Hay que visibilizar la crisis económica en la que se encuentran los
jardines maternales y espacios de cuidado infantil privados, sin subsidios
estatales, que obedecen a una enorme variedad de configuraciones, regulados
bajo diferentes marcos normativos. Es una gran nube de diversidades, a nivel
federal y provincial. Son espacios que están cerrando en el contexto de
empobrecimiento de las familias. Cuando haya que poner en marcha la economía,
no van a estar. Falta visibilizar esos espacios como un componente fundamental
del aparato productivo.
¿Hay algún otro factor que ustedes
consideran que está invisibilizado?
-
El empleo. Las consecuencias de la crisis económica de mediano plazo van a ser
muy graves. El desempleo, la forma en que va a impactar en las familias, en las
condiciones de trabajo. Frente a la crisis, muchas mujeres se convierten en
proveedoras del hogar, pero no en buenas condiciones laborales. Esto va a traer
una categoría de nuevos pobres, que va a tener en buena medida rostro de mujer.
¿Qué pensás sobre los nuevos
protagonismos, la generación de chicos y chicas que se vio en la “marea verde”?
La misma generación que se está haciendo ver en cuestiones ambientales, por
otra parte.
-
Espero que sigan siendo un gran motor de cambio y desafío. Espero que no les gane el desencanto, porque
empezar la vida adulta y la proyección laboral o profesional en medio de una
situación tan dolorosa… El movimiento ambientalista es muy interesante; he
visto vínculos entre las chicas y la defensa del medio ambiente. Ahí hay algo
para pensar en cómo impacta el cambio climático en la conformación del trabajo,
en la vida agrícola, en las mujeres, en las niñas. Sí me cuesta escuchar las
radicalizaciones. De cualquier cosa. A veces la radicalización ocupa todo el debate público, todo el espacio y ahí no hay
dialogo. Es más fácil cuestionar la radicalización que escuchar los argumentos,
porque siempre hay argumentos. Me parece que hay una cuestión de forma que vale
la pena cuidar cuando lo que querés cuidar es el diálogo y la interacción entre
argumentos.
Para cerrar: ¿la pandemia les obligó
a modificar mucho la agenda?
-
La verdad, todos los temas de nuestra agenda siguen siendo prioritarios y hasta
más urgentes. Por ejemplo, en cuidado le dimos continuidad al trabajo que
teníamos planificado con empresas y sindicatos. Hubo mucho interés también en
analizar las respuestas de los espacios laborales al trabajo remoto. Seguimos
con el tema de derechos productivos. También desarrollamos algunos trabajos
específicos junto a Unicef, además de abordar el tema de violencia, que se hizo
más visible en la urgencia de buscar estrategias novedosas para resolverlo, algo
que se vio a nivel global.
Link de Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA): www.ela.org.ar