Por Carol Cukier
En tiempos donde el círculo de confianza ya no se arma con la religiosidad ni con el analista, sino con los productos de limpieza, el fijo viene al centro de la circunferencia, impoluto él, a salvarnos del mal llamado “aislamiento social preventivo y obligatorio”, pues nada tiene de retiro social. Nada, mientras haya un teléfono cerca. En todo caso, de lo que se trataría, es de reclusión física obligada mientras el telecomunicador va recuperando la fe de antiguos creyentes o de nuevos conversos con la potencia inalterable de su ringtone.
Es así que muchos perseverantes de la religión y el psicoanálisis comprueban que, luego de la invitación que ambas prácticas hacen a confesarse, la primera parece que te absuelve (al módico precio de un buen número de progenitores nuestros, por minuto), pero la segunda no lo hace jamás. Y allí entonces, en esa hiancia de indulgencias firmes, el fijo se presentaría como la cabina confesional más maravillosa de la histeria de la humanidad. Esa que no solo te absuelve sin pedirte nada a cambio, sino que te sana, porque hablar (que también puede ser callar) lleva en sí el germen del achaque, pero también de la recuperación.
Es más, nadie dudaría en considerar que el #pégameuntubazo se podría haber impuesto como un hashtag indiscutido de su época y que, lejos de tener connotaciones violentas, era como el reemplazo continuo de la valorada palmadita en la espalda que la amable empatía siempre está dispuesta a dar. Por aquel entonces recuerdo que con mis amigas teníamos una suerte de mandamientos no escritos en las tablas de Charlton Heston (léase Moisés), que regían subliminalmente nuestras llamadas. Y, justo ahora que el aparatejo vuelve a sonar en las casas, intentaré parafrasear la esencia de sus preceptos.
Amarás hablar por el fijo por sobre todas las cosas. Y, más aún, sin tener que poner la caripela como en la plaga de zooms que se generó dentro de esta “suerte“ de caja -ciertamente china- que viene siendo la pandemia.
No tomarás el tubo en vano y no dudarás de haberlo hecho con buen tino, aunque tus seres queridos dejen de quererte y tipifiquen tus charlas, por lo bajo o a los gritos, como de chamuyos sin sentido. No todo el mundo está preparado para una propuesta tan anticapitalista como hablar porque sí.
Santificarás las fiestas, aunque te las pierdas por seguir parloteando o interrumpan tus llamadas las salutaciones ineludibles de la familia.
Honrarás a tus progenitores que, aunque amenazaron con la castración sostenida de tus diálogos, pagaron religiosamente tus pecados en formato de facturas, sin atender al complejo de Edipo no resuelto y/o fallidamente privatizado.
No matarás ningún tópico por donde ramifique la conversación, pues la vitalidad de la plática radica en esas cavilaciones como hallazgos arqueológicos y filosóficos inesperados. Y si alguno osa apurarte para que les des muerte simbólica, siempre es bueno lagrimear, literalmente, por haber matado -por un rato- a algún familiar previamente consensuado con tu pareja de charla. Los testimonios mejoran en su credibilidad con el ejercicio sostenido de la mentira piadosa.
No cometerás actos impuros (la interpretación de este adjetivo a cargo de quien lee) sospechando haber dejado evidencia, total no hay cámaras ni viro-voyeuristas.
No robarás líneas ya que ahora hay llamadas ilimitadas. Pero si te da un shock hipo-adrenalínico y/o nostálgico, siempre se puede remixar la opción de pedir prestada la línea o aceptar, con secreta alegría, que la humedad o el encargado hayan pegado los cables para que pague la llamada la vecina.
No darás falso testimonio ni mentirás, salvo confirmación de escuchas ilegales o necesidad imperiosa de zafar de algo.
No consentirás pensamientos ni deseos impuros (ver más arriba o revisar un catecismo las más piadosas) de las voces que se filtran en las conversaciones ligadas, solo darás fe de los propios y los de tu pareja de perorata.
No codiciarás los bienes ajenos, salvo el exquisito humor y el aparato
de baquelita por donde Mónica Bedoya Hueyo de Picos Pardos Sunsuet Crostón
(Niní Marshall) supo sostener desopilantes conversaciones telefónicas con Cuquí
(sin parentesco con la arriba firmante...).
Y quien dice 10 dice 13, total, las supersticiones también se exorcizan hablando.
Entonces, no cortarás aunque no tengas nada útil o necesario para decir decir, porque en el habla telefónica no corre eso de lo bueno, si breve, dos veces bueno. Aparte, en milésimas de segundos siempre puede aparecer algo no tan ocioso: y si no lo creen, pregunten de qué asociación (nunca liberada del inconsciente) vive la dupla: religión - psicoanálisis.
No limitarás el horario de llamadas entrantes porque el referente de la oposición (el celular) no lo ha hecho desde que asumió su bancada en el recinto.
No empezarás ninguna charla con no (costumbre arraigada localmente cuando se quiere decir sí) a ver si lo confunden con un mandamiento. Sí, con esas frases hechas para que unos crean que mandan, mientras los otros mienten. Amén.