Potpourri, vol 7: Desde las tierras del mago Merlín…

Por Guadalupe Treibel

En Carmarthen, el más antiguo pueblo galo, sobre la costa del suroeste de la nación peninsular, habemus uno de los siete anfiteatros romanos que existen en Reino Unido, pubs con delicias locales (por caso, tortilla de algas con bacón, berberechos frescos, quesos de rechupete y, por supuesto, welsh cakes o bakestones), parajes que inspiraron algunos memorables poemas de Dylan Thomas en sus vagabundeos vacacionales (Fern Hill, entre ellos), leyendas que prevalecen (que el poderoso mago Merlín nació, vivió y murió allí, señalada la cueva donde yacerían sus restos, además de árboles y rocas tocadas por su varita todopoderosa). Y habemus un trío pop/pospunk que está haciendo sonadas olas, tachado como “una de las propuestas emergentes, en constante evolución, más emocionante de los últimos años” por la crítica especializada. Se trata de la banda Adwaith (término galés que, en anglo, se traduciría a Reaction), integrada por Hollie Singer (voz, guitarra), Gwenllian Anthony (bajo, teclado, mandolina) y Heledd Owen (batería). Jóvenes damiselas que, por su primer largaduración, Melyn, acaban de ganar prestigioso premio por esos lares; el Welsh Music Prize, para más precisiones, que destaca la labor de grupos o solistas galeses desde 2011 (años pasados, laureados Gruff Rhys, Joanna Gruesome, Georgia Ruth, Gwenno…). Según hacedores del WMP, el trío está teniendo un impacto real en la escena “con su música personal, hermosa, que captura lo que significa ser una mujer joven, frustrada, desconcertada en el mundo en el que vivimos”. Por lo demás, las muchachas –que cantan mayormente en galés, dispensan melodías sutilmente melancólicas, reconocen entre sus inspiraciones a The Slits, Happy Mondays, Velvet Underground o Wolf Alice, y organizan gigs con line-ups ciento por ciento femeninos- acaban de lanzar un single, Orange Sofa, que puede escucharse en Spotify, como el resto de sus canciones.


Ignotas raperas francesas unidas en un disco sensacional

“Por más sorprendente que suene, esta es la primera compilación de rap francés ciento por ciento femenino en la historia de la música”, aseguran desde las filas del sello galo Souterraine, que junto a @rap2filles (competición rapera exclusivamente para mujeres que se baten vía Instagram), armaron auspiciosa alianza amén de propulsar a jóvenes promesas con tantísimo potencial y poquitísima visibilidad. A sabiendas de que, en el panorama local, “la desigualdad es desesperante”: “Las chicas en el rap, un género que hoy día puede tildarse de hegemónico, son definitivamente minoritarias. Todos conocen a Booba, PNL, JUL, Niska, Kaaris, pero nadie es capaz de nombrar a tres raperas francesas. En el caso de la escena undreground, la situación es aún peor: hay chicos por miles, decenas de miles, haciendo canciones, pero chicas, solo por cientos…”, ofrecen las mentes tras el bienhechor proyecto. Durante seis meses laburaron sin prisa pero sin pausa rastreando ignotas damiselas a lo largo y ancho de Francia; también en Gabón y Montreal. Lo hicieron en rol de cazatalentos con espíritu genuinamente federal (ficharon, después de todo, a chicuelas de Caen, Châteauroux, Clermont-Ferrand, Saint-Etienne, Lille, Livry-Gargan, Maubeuge, Montreuil, Niort, París…), visionando combates freestyle, clips caseros subidos en redes. Por muchachas que, en su vasta mayoría, no tienen experiencia alguna, son decididamente amateurs: empleadas de fábricas, de centros comerciales, repartidoras, secretarias que jamás habían grabado un track en forma profesional. El resultado, sin fisuras: Le Rap2filles Souterraine, un álbum fresco y variopinto, cautivador, donde 12 muchachas (Vicky R, Dey Ef, KLI, Yelsha, Turtle White, Savannah Sweet, Djaahaya, entre ellas) plantan bandera dispensando lyrics cual metralleta, sin renunciar ni medio pelo a su estilo personal (que va de la vertiente más oldschool al rap hardcore, el trap-dance, inclusive la influencia funk). La unión hace la fuerza, pero cada pieza -una obrita en sí misma- amerita atenta escucha individual. Por lo demás, se trata del primer volumen; afortunadamente le seguirán más y más.


Y el premio a mejor canción de la década es para…

Cada fin de año trae esa misteriosa, imperiosa necesidad de rankearlo tutto, con el agravante este 2019 de cerrar la década y, por tanto, hacer hueco para un ranking más. A lo mejor de los últimos 12 meses, se le suma -¡ay!- por estas fechas lo mejor de los 10’s; y como era de esperarse, la inoxidable New Musical Express no ha querido ser menos que otras publicaciones expertas en símil materia (musical). Ergo sus enjundiosos podios, entre los que ha llamado especialmente la atención el dedicado a valorar las 100 mejores canciones del último decenio. Finalmente, el puesto number 1 no fue un megahit cuando se lanzó en 2010: solo escaló la primera posición de los charts de Suecia, país natal de su cantante y compositora, parte del LP Body Talk. No se lo ha tenido en cuenta el calificadísimo staff de NME, que para coronar la susodicha lista ha entronizado a Dancing On My Own, esa balada electrónica de Robyn que lo mismo invita a dejarse la piel en la pista de baile que a derramar un lagrimón. “Es una perfecta cápsula de desamor y autosabotaje, y, aún así, los contundentes beats y clacks de percusión nos sacan de la oscuridad. De alguna manera también hay un breve destello de esperanza cuando eventualmente entona la cantante Solo vine a decir adiós. Estamos con ella: sacudiéndonos la ira, los celos, el arrepentimiento, la confusión en esa discoteca repleta. En pocas palabras, el track es la perfección”, remata la revista su arriesgado, aunque más que compresible veredicto final.


De acá a la China, ¿figurita repetida?

Tras cinco años de concienzudo laburo, un equipo multidisciplinar de la Universidad de Harvard -integrado por variopintos profesionales, desde psicólogos, musicólogos, antropólogos y etnógrafos hasta biólogos evolutivos y científicos de datos- dan por cierta la extendida presunción de que la música es un lenguaje universal. Y es que, según anotan los autores del macroestudio en un reciente artículo de la prestigiosa publicación Science, de tan universales los patrones, distintas sociedades usan canciones parecidas en contextos similares.  Una gramática compartida, a decir los especialistas, que analizaron a más de 300 culturas del globo: desde esquimales hasta beduinos, desde los wolof de África occidental hasta los guaraníes sudamericanos, desde pueblos agrícolas de Corea del Sur hasta escoceses de las Tierras Altas. “Los científicos han analizado tres dimensiones de cada canción: la formalidad, considerada alta en temas elaborados para grandes ceremonias; la excitación, asociada a bailes colectivos; y el factor religioso, con elevada puntuación en canciones funerarias y ritos chamánicos. También han clasificado las canciones en función de su complejidad rítmica y melódica, mediante expertos y programas informáticos. Los resultados muestran que las canciones compuestas para contextos similares suelen presentar rasgos musicales parecidos. Una nana es una nana, seas una beduina del desierto de Libia o un esquimal del Ártico canadiense. La forma parece asociada a la función”, destaca el ibérico El País en un enjundioso artículo que da pormenorizada cuenta del flamante estudio.