Freund |
No es fácil retratar
a la gente. El cuidado por esa máscara que cultiva cada rostro no tiene
límites. La imagen se cuida, se pule, se talla a lo largo de los años. Y sin
embargo, el aura de una persona está siempre al alcance en ese invento que día
a día se perfecciona pero que, selfies más o menos, sigue siendo el arte
de capturar el presente para perpetuarlo. La fotografía puede quemar, alumbrar,
ridiculizar o mitificar. Si la técnica juega un papel decisivo, no lo es menos
el arte de captar la imagen deseada con el obturador. Una exposición de
retratos y escenas fotográficas realizadas por Gisèle Freund en la Academia de
las Artes de Berlín, es una buena muestra de su singular talento. Antes de
haber escuchado su nombre, ya conocíamos su obra: casi todas las imágenes
emblemáticas de escritores y artistas del siglo XX son producto de su mirada.
Gisèle Freund nació
el 19 de diciembre de 1908 en el barrio de Schöneberg, enfrente del edificio
donde vivía Albert Einstein. Ninguna de las viviendas existe ya, la guerra las
redujo a escombros, pero sus fotos, testimonio de su vida y sus viajes a través
del siglo XX, a uno y otro lado del Atlántico, de París a Buenos Aires y de
Chile hasta México, regresan a Alemania. Porque Gisela, que afrancesó su nombre
por Gisèle en el exilio, fue una de las primeras mujeres
reporteras de prensa en los años treinta, cuando se vio obligada a abandonar
Berlín, donde vivían sus padres, y Frankfurt, donde estudiaba sociología.
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Malraux por Freund |
Su padre, Julius
Freund, un apasionado coleccionista de pintura, le había regalado su primera
cámara Leica cuando cumplió veinte años. Aunque ella no quería ser fotógrafa
sino escritora. Con veinticinco años emigra a París y ahí se siente en el
centro del mundo. Se abre paso fotografiando escenas con su cámara, y poco
después encuentra la forma de sobrevivir haciendo retratos. Comienza tomando
fotos a hombres de negocios. Hasta que el azar la lleva a vincularse con la
crema y nata de la intelectualidad del siglo. En 1935 conoce a varios
escritores al participar del Congreso
de Intelectuales por la defensa de la cultura en París. Entonces,
la editorial Gallimard le solicita un retrato de su joven autor: André Malraux.
La fotógrafa cita a Malraux en su departamento, pero como la luz no es buena,
lo fotografía en el balcón con el cabello al viento y un cigarrillo en los
labios, al más puro estilo Jean Paul Belmondo, cuando este actor apenas había
nacido. Ese retrato de Malraux pronto ilustra su libro premiado con el
Goncourt, y aunque la joven Freund no percibe honorarios muy importantes,
descubre su camino.
Le siguen retratos de
Anna Seghers, Paul Nizan, André Gide. De James Joyce, relajado y en familia,
con sus dedos enjoyados. De Vladimir Nabokov y André Breton. A Virginia Woolf,
que detesta que la fotografíen, logra arrancarle una sonrisa entre perpleja y
sorprendida, jugando con su perro. Bernard Shaw se indigna porque lo retrata
con la barba recortada. Freund no solo se dedica a los contrastes del blanco y
negro, de la luz y las sombras, sino que es pionera en experimentar con los
matices de la fotografía en color, recién descubierta.
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Virginia Woolf por Freund |
En la Biblioteca
Nacional, donde acude diariamente para trabajar su tesis sobre la fotografía,
entabla relación con Walter Benjamin, su vecino berlinés que le dobla en edad,
emigrado por la persecución nazi. Benjamin, que también investiga en la
Biblioteca, se convierte pronto en el amigo admirado que le gana todas las
partidas de ajedrez, y en el objeto de lujo de su cámara. Todos los retratos
del filósofo que conocemos son obra de Freund: Walter Benjamin leyendo, o en la
naturaleza florida en Pontigny sosteniendo una flor entre sus dedos como si se
tratara de una pipa. O esa foto de Benjamin, todo un ícono de la melancolía,
con la cabeza levemente inclinada, sostenida por su mano, con un gesto
reflexivo. Intensa correspondencia intercambian Freund y Benjamin en ese
período de persecución e incertidumbre.
Aunque Freund
proviene de una familia con recursos, pronto las fronteras nacionales se
cierran y ya no es posible recibir ayuda paterna. A su hermano en Londres
tampoco le va mejor. “¿Es usted judía?”, la interroga un oficial poniendo a
prueba su capacidad de improvisación. “¿Cuándo vio usted una judía que se llame
Gisela?”, responde ella con absoluta frialdad. Sin embargo, en Francia los
controles se hacen cada vez más estrictos, los refugiados de origen judío son
confinados en campos de trabajo, y hay que vivir clandestinamente o huir. La
fotógrafa escapa a esa amenaza a través de un matrimonio convenido. Pero
Benjamin es arrestado. Los amigos de París se deshacen en solidaridad para
lograr su liberación. Lo consiguen. Las cartas entre Freund y Benjamin en esos
meses dan prueba de los esfuerzos que se hacen para ayudarlo. Ella lo alienta,
que todo va a ir mejor.
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Victoria Ocampo por Freund |
“No te preocupes –le
dice el entonces joven Stéphane Hessel a Walter Benjamin, el amigo de su padre,
a su paso por Marsella– La guerra ya está por terminar...”. Estamos a
principios de 1940, apenas comienza la pesadilla que va a destruir Europa con
horrores inimaginables. Benjamin ya no los vería. Se iba a quitar la vida
semanas más tarde en Portbou.
El cerco del terror
se estrecha. Tres mujeres son clave para la salvación de Freund en este mundo
de límites cada vez más borrosos. Adrianne Monnier y Sylvia Beach, cuyas
librerías en la rue de l´Odeon en París son el punto de encuentro de los
intelectuales de la época. Y Victoria Ocampo, activista cultural, traductora,
gestora de puentes entre los mundos, directora de la revista Sur, le ofrece todas las
posibilidades para que atraviese el Atlántico y comience su periplo desde
Buenos Aires hasta México. Retratos de Evita Perón en Argentina, del poeta
Pablo Neruda en Chile, de Frida Kahlo y Diego Rivera en México, escenas de la
vida de la casa de Coyoacán.
En los años
cincuenta, a su regreso a Europa, Freund seguirá capturando el aura de los
elegidos en sus fotografías. Sartre en el balcón, Simone de Beauvoir con su
tenida china, Breton con su colección de arte mexicano, Malraux con varias
décadas más…
“Ninguna pose y nunca
la misma foto”, era su lema. Y lo cumplió.
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Evita por Freund |
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Simone de Beauvoir por Freund |
El
28 de septiembre pasado abrió en el Museo Sívori Gisèle Freund:
Exposición-Espectáculo, una reconstrucción de las performances
audiovisuales de la artista, una visión histórica y a la vez novedosa de su
obra. Esta exhibición cerró el 9 de diciembre.